Las mañanas más hermosas son las que despiertan con la luz
tenue de la luna plateada que asoma tímidamente por la ventana oeste.
Toda la noche el sueño es bañado con ese resplandor níveo
que recorre el espacio, de paño a paño, mientras, dentro del inconsciente, las
imágenes tienen lugar en el universo alterno del descanso.
Al abrir los ojos, lo primero que llama la atención de las
pupilas es el brillo blanco que desciende de la bóveda celeste matutina,
despidiéndose tras la compañía amena del rostro del conejo, que aún se
encuentra de cabeza, mientras ríes, contento al mirar la escena.
Lo que más me gusta es abrir la ventana, y con el roce de la
brisa del amanecer en la cara, susurrar mechas de silencio a la blanca superficie
bañada de reflejos impertinentes.
Y tras capturar la escurridiza figura rechoncha del astro
blanquizco en el lente de tu cámara, la luna desaparece de repente, ocultándose
tras la silueta del cerro colindante entre el Sur y el Oeste.
Lo que más me agrada del espacio donde habito es su cercanía
con los astros, quienes día tras día, y noche tras noche, se escurren por las
ventanas de todo el edificio, riéndose de mí, y yo de ellos…
Foto tomada por:
J.E.Franco
Escucho:
Early days
/ Everybody out there // Paul Mc Cartney
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