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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Protocolos de Vida

La Vida, si bien es cierto, representa un enorme ciclo que cumplir, está integrada de infinitos ciclos más pequeños, que, de forma inconsciente, para nosotros, definen y construyen las circunstancias de quienes somos.

La gran mayoría de nosotros, vivimos estos ciclos a lo largo de un intrincado inconsciente camino que nos lleva, irremediablemente, al término de la Vida, sin comprender los aspectos más relevantes.
Otros más, poseen la oportunidad de vivir (en ocasiones en condiciones agradables, o en otras, desagradables), de abrir Consciencia y profundizar y alcanzar la naturaleza de sus respectivas misiones.
Cualquiera que sea la naturaleza de nuestro viaje, encontramos en él personas que nos acompañarán a lo largo del camino, y que, a la distancia, representarán en nuestra memoria, pequeños referentes temporales, geográficos o emocionales, con los que podremos valorar los pasos dados y los trechos del camino avanzados.

Esta tarde, escribiendo esta nota que llevaba escrita en la mente desde varios días atrás, me doy cuenta que manifestar las palabras que ahora lees, es una acción que llevaba semanas, meses, o quizá años, postergando, y que representa el cierre de un ciclo, de los muchos que me han formado como humano, y que es sano (y necesario) cerrar de manera plena y consciente.

Como siempre que he escrito, deseo ante todo agradecerte por la compañía. Siempre he agradecido a Dios por las valiosas personas que coloca delante, o a un costado mío, y con quienes camino un trecho de esta vereda llamada Vida.
Recuerdo todos los momentos que vivimos. ¡Qué puedo decir! Es esta estúpida memoria…
A lo largo de los años creamos quizá sin pensarlo o diseñarlo siquiera, una tradición, una costumbre que sólo para nosotros dos tenía sentido, y que ha sobrevivido el largo paso de los años. Sí, porque son años, muchos de ellos los que construyeron esta relación, en condiciones extraordinarias.

Sinceramente jamás temí o imaginé que las cosas cambiaran a lo largo de tu partida, antes de que regresaras para concluir tu meta. La primera vez que te marchaste, me prometiste que algún día regresarías, y que concluirías ese objetivo de lograr forjarte una carrera en la misma universidad que abandonabas. Recuerdo nítidamente mi reacción, y no me retracto al recordar que te dije que era una promesa que yo sabía que no cumplirías. Y es que, a lo largo de mi pobre experiencia personal, quien se marcha, lo hace para siempre de mi Vida.
Ya que estamos en confianza, te confesaré que jamás comprendí las razones de que te hayas marchado la primera vez, y mucho menos las razones que te llevaron a regresar y concluir este anhelo, tal como siempre lo declaraste.
Cuando te miré volver, me sorprendió tu presencia, ya que jamás te comunicaste a lo largo de tu ausencia. Me conmovió tu requerimiento de elegirme de nuevo como tutor, a pesar de la distancia, del tiempo, de las experiencias que los dos habríamos vivido en el medio de las cosas.

Ahora que lo veo en retrospectiva, comencé a perder el rumbo, mi rumbo me refiero, y a caminar, en la terca necedad de hacerlo solo, de aislarme paulatinamente del contexto, incluido tú. Jamás me dijiste algo al respecto. Jamás hubo recriminaciones de tu parte, ni un reproche, a pesar de la distancia que vivimos. Pero debes saber (y sé que en todo momento lo supiste) que siempre estuve cerca, presto a acompañarte cuando más lo requirieras. ¡Y vaya que sabías meterte en problemas!

Juntos vivimos mucho, siempre me acompañaste en los momentos clave. Siempre te vi como un joven adelantado a sus circunstancias, no por tu edad, sino por tu peculiar manera de mirar hacia el Futuro.
En más de una ocasión descubrí enojo en tu mirada, rencor contra la Vida y las circunstancias. Estuve ahí para hacerte ver que la realidad no sería jamás lo que anhelábamos, pero en algún punto, yo  mismo sufría mi propia crisis, con todas sus horribles consecuencias.

En mi naufragio me alejé definitivamente, pero a la distancia te miré sólido y perseverante. No te rendiste, y mostraste una temple que te llevó a afrontar y trascender cada uno de los retos. Algo se mantuvo siempre constante: tu confianza en mí.

Cuando al final te acercaste, debiste haberte dado cuenta que conscientemente no deseaba hablar con alguien, pero fuiste terco y astutamente insidioso, como es natural en ti, hasta que lograste llegar a mí.
Las noticias no eran buenas, y yo no deseaba compartirlas con nadie, pero estabas ahí, y yo no podía prometerte que estaría contigo cuando me distinguiste con tu ofrecimiento. No me quedaba claro aún si era porque físicamente no podría continuar adelante, o en el fondo ya no tenía ganas de hacerlo.

Debes entender que cada ciclo de tu vida es un cúmulo de circunstancias, de simbolismos, analogías y metáforas, más allá de los eventos que vivas. Yo me encontraba lidiando con el término de un ciclo, y tú, sin saberlo, representabas la llave que cerraría el cerrojo definitivamente.
Terco, siempre terco como acostumbras, me dejaste carta abierta, no importando la posibilidad de no permanecer de manera física para acompañarte. Si moría, ese espacio que reservaste para mí, permanecería vacío, de todas formas. Así eras de testarudo, de imposible para dialogar y hacerte cambiar de opinión. Pero ahí estabas, de pie, defendiendo tu postura, no aceptando nunca una negativa, fuera humana, o divina.

Comprendo que representaste lo que la institución a la que pertenecí y amé por quince años, definió en mi persona. Estuviste ahí en la fase temprana, cuando era joven y nada me importaba, y afrontaba los retos con valentía y orgullo. Cuando, sin miedo, penetré en la vida de las personas a mi cargo, y empaté con ellas en las pérdidas y en las ganancias. También gané, y desde luego, también perdí…
Creo que esa pérdida en particular, del grupo del que indirectamente formaste parte, me dolió e impactó más de lo que pude aceptar.

Tu ausencia dolió, la primera vez que partiste, pero me hizo fuerte. Al regresar, te descubrí maduro e indestructible en tu templanza. Siempre adelante. Siempre seguro.
Dudé si acompañarte a una ceremonia, con protocolo de la institución que yo abandonaba después de una serie de crisis y la decisión más difícil de mi vida hasta ese instante.  
Me enseñaste que las adversidades no deben sino hacernos fuertes. Que las personas van y vienen, pero las más valiosas permanecen, no importan las circunstancias, no interesa que tengan que irse: algunas, pocas, las correctas, sí cumplen sus promesas, y regresan. Tu terquedad me inspiró, me dio un objetivo qué cumplir, un pretexto para luchar por una vida que no me importaba más.
Y sobre todo: que las metas personales lo son todo, así nadie más crea en ellas, más que tú mismo. Así de poderoso, así de sólido.
Y fuiste el único que llamó, día tras día, sin importar que no hubiera respuesta en las llamadas, después de saber lo que en realidad acontecía.

Y bueno, estar contigo este día, al fin y al cabo, representa mucho.
Es agradecer a una institución que me enseñó a lo largo de los años, lo mejor de la Educación, que me templó en las peores adversidades para ofrecer siempre lo mejor de mí, no importando el rechazo o la crítica, que me permitió conocer y desarrollar la calidad humana, y hallar jóvenes como tú, que vez tras vez respondieron, exigiéndome a no rendirme jamás, a confiar y poner mi seguridad plena en el anhelo de construir relaciones humanas, más que simples cátedras de conocimiento, que no se consolidan sino comprendes que antes que un profesionista, existe un ser humano.
Me retiro por no congeniar ya con las realidades de las aulas, pero satisfecho por la oportunidad de ver realidades humanas consolidadas.
Ignoro si te llevas algo de mi persona, como yo me llevo mucho, tantísimo de tí. Estoy vivo, y tras la ceremonia, las fotos y la charla breve con tu padre, comprendo el orgullo de haber conocido a un joven como tú, y te agradezco por el impulso (para mí, a regañadientes) a acompañarte en este momento. Significa mucho.

Habrá mucho aún qué platicar, de eso no tengo duda, porque deseo ver cumplidos esos sueños que me has compartido de manera sincera y honesta. No tengo palabras.
Orgulloso de mirarte aquí, y expectante de saberte lejos, en tus metas, pleno y feliz.

GRACIAS. Y felicidades.
Ahora sí podrás hacer de tu vida, lo que te plazca, aunque sé con certeza que ese placer, finalmente lo conducirás a ayudar y guiar a otros, a ser mejores, a luchar por lo que sueñan, comenzando por mí, porque me has inspirado a hacerlo.

Dedicado a Josué A.

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