Conocemos nada del Universo propio de los pueblos prehispánicos.
Es tan poco lo que sabemos de
ellos, como el número limitado de metros cuadrados de sus ciudades,
descubiertos y estudiados.
Son tantas las ciudades,
asentamientos y poblaciones que permanecen enterrados y ocultos, debajo de la
selva, del bosque, de los suelos que no nos hemos atrevido a pisar, aún.
¿Acaso conocemos a todas las deidades que dieron forma al Cosmos que
nuestros antepasados concibieron y habitaron?
Está escrito que las deidades
antiguas resurgirán, con toda su presencia y esplendor. Es así que finalmente
conoceremos la realidad antigua que nos fue vetada, sustituida por una serie de
circunstancias y verdades históricas a medias, que nos impide recordar quiénes
somos, lo que alguna vez fuimos.
Los dioses de nuestro verdadero
pueblo viven debajo de nosotros, en el corazón de nuestra tierra, aguardando
pacientemente a ser reclamados por la memoria
colectiva, por el corazón latiente de los guerreros dormidos.
Por ello, los volcanes despiertan
aletargadamente.
Los suelos tiemblan de vez en
vez.
Y en los sueños –nuestros sueños– aparecen de repente deidades como Quetzalcóatl, Tláloc o Coatlicue, disfrazados de terremotos,
de erupciones, y de ruinas arquitectónicas que nos parecen hartos familiares,
como antiguos espacios habitables que
nuestro espíritu reconoce, y en los cuales, nos regocijamos, no importa que la
sensación desaparezca cuando el Sol
naciente bañe de nuevo el horizonte.
Imagen de fondo en ilustración, tomada del sitio:
Escucho:
Dog of sin | Tommy || The Blakes
Missing [2013 Remaster] | Everything but the Girl
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