Los recientes días que han ido
construyendo el antepenúltimo mes del año, han transcurrido de manera extraña,
casi surrealista.
Si bien el año ha sido una
pesadilla larga y sin fin, que ha
traído consigo circunstancias que no imaginé mirar reales en mi humana
existencia, han legado la experiencia de la Finitud,
a través de la confrontación con el concepto de Muerte.
Hace diez años arribé a lo que
ahora considero mi reciente y último hogar,
una suerte de espacio
arquitectónico-humano personal, que me ha dejado un puñado de gratas
satisfacciones, y la justa plataforma para reencontrarme conmigo mismo, de
maneras que no podría relatar con vanas palabras.
Una de las variables inmediatas
que hallé hace una década, al llegar a este sitio fue Richard, un hombre de edad avanzada, de origen estadounidense, con
dos perros: Cristal y Canelo, como únicas y más valiosas
posesiones de compañía.
De inmediato asomó por su puerta,
que da directo, desde una segunda planta, a la vista de la calle. Presto a no
ocultar su curiosidad, Richard de
inmediato me miró, y volvió a mirar, atento a descubrir quién era yo, y mi
contexto interior inmediato.
Me bastaron escasos cuatro días
para conocer a Canelo y Cristal, quienes entraron desfachatados a mi jardín al
abrir la cochera para sacar el automóvil y marcharme a trabajar, dejando sendos
hoyos en el pasto, que después me resigné en dejar con vida, al mirar la acción
repetitiva de los perros. Me di cuenta que Richard no hablaba ni una pizca de Español.
Sé que sonará frío y desalmado
decir que Richard y yo cruzamos escasas cinco ocasiones palabra, en Inglés, siempre acompañadas de una
sonrisa y mi torpe dicción y nerviosismo al hablar con un nativo de la lengua,
cosa que pocas veces tienes la oportunidad de vivir dentro de las aulas
escolares o de instituciones de enseñanza de lenguas.
Las circunstancias cambiaron
drásticamente cuando Remiel, un
perro de la calle, llegó a mi vida.
Jamás olvidaré la primera noche
que Remiel pasó en mi jardín, cuando
decidí brindarle un hogar. A las cuatro de la mañana debí despertar y salir,
para encontrar a mi recién adoptado perro callejero, atravesado en las rejas de
mi propiedad, atorado y adolorido, con la figura de un hombre sosteniendo su
medio cuerpo que colgaba al no poder salir, tocando delicadamente su cabeza y
orejas, en profunda señal de apoyo y cariño, expresándole al animal, suave y
compasivamente: good puppie.
Era Richard.
Desde ese momento, algo surgió
entre nosotros, un lazo que nos mantendría unidos por siempre. Aparte del amor
que Remiel le tuvo, independiente de los lotes de pollo y barbacoa que Richard le daba de vez en cuando a mi perro, previa
solicitud a mí para brindarle el permiso de hacerlo.
La casa de Richard se encuentra
exactamente delante de la mía, por lo que podíamos vernos en todo momento. A
él, a sus perros, y ellos, a mí.
Siempre me sentí seguro,
acompañado, y bendecido por la Luz de Richard. Siempre pendiente de mí, siempre
amoroso con Remiel.
Hoy, la casa está vacía.
Su partida fue rápida, sorpresiva.
Ni siquiera pude hablar con él, o
despedirme.
La Muerte ha rondado por mi vida
en los recientes días y semanas, llevándose a personas conocidas por aquí y por
allá. Un poco de Pandemia, un poco de
descuidos, un tanto de designio divino –diría mi abuela–.
Ahora que Richard no está, vivo
la Muerte de otra manera.
Extraño su mirada profunda, su
silueta alta y fornida.
Su extraña sonrisa, y su acento
extranjero al mencionar el nombre de `Canelo´.
Lo que más extraño, y quizá
extrañaré por siempre jamás, será su Silencio.
Ese lenguaje con el que él solía comunicarse, y que me enseñó a hablar, como
una lengua de sutil Elegancia y Ritmo, que expresa más que las palabras, y que
toca corazones.
Diez años de compañía, sin
ninguna conversación larga y profunda.
No las necesitamos jamás.
Los perros fueron quienes nos
conectaron, y mantuvieron en interacción.
Y lo extraño.
No puedo aún resignarme al vacío
de su inexistencia.
Alguna vez me visualicé idéntico
a su figura, siendo él el Destino que yo dibujaba para mí, al avanzar en vida.
Yo, y mi perro… o perros, que
murieran y llegaran al paso lento de los años.
¿Por qué escribo estas palabras?
He sentido el alma de Richard en
las recientes noches.
Y le digo, en sueños, que todo
irá bien, que Canelo se encuentra vivo, contento. Cristal murió meses antes de
su partida, así que debe estar aguardando por él; Remiel mira todas las mañanas
hacia la puerta de su casa, esperando aún los lotes de exquisita barbacoa, pero
extrañamente consciente en su mirada, que te encuentras en un lugar donde ya no
sufres.
Y yo…
Bueno, he encontrado a alguien
que me ama, así que estarías contento al mirarme acompañado por alguien que ama
los perros tanto como nosotros.
Sin hablar, nos conocimos tanto.
En la quietud del Silencio, conectamos.
Me has hecho saber que somos frágiles y temporales. Que diez años pasan volando, como un suspiro entre
pestañas.
Que vale la pena vivir,
acompañado de quien ames más, sea perro o humano.
Y que basta saber que la mera Vida es suficiente para ser plenos y felices, sin exigirle Todo,
pero conscientes de deberle Nada.
Descansa, Richard, donde quiera
que tu lento y paciente transitar, te lleve…
Imagen tomada de la liga:
Escucho:
Song machine. Season one. The album | Gorillaz