Casual, pasaba frente al televisor ayer por la noche, sin rumbo o intención definidos, cuando la secuencia perfecta del arribo de Miranda Priestly a las oficinas de Elias-Clark Publications, atrapó mi atención. La considero, junto con las secuencias iniciales de Prime y Baby driver, los cuadros cinematográficos de inicio mejor realizados para una película de Actualidad o Moda.
Te atrapan sin Piedad, ni Compasión.
He mirado la secuencia inicial de The devil wears Prada, docenas –quizás
un ciento– de veces, sin
agotamiento.
¿La razón?
Desde que la miré por vez primera, me sentí completamente identificado.
A pesar de no ser la llegada de Miranda al edificio locación principal
de la historia narrada, la secuencia estrictamente inicial de la cinta, es una
prolongación de los títulos de presentación.
El mundo de la Arquitectura
que vivía en ese momento, se me figuraba la Metáfora perfecta del Mundo
de la Moda.
Ahora lo entiendo a la perfección: somos la Generación de la Imagen, de la Vertiginosidad del instante
mismo del momento pasajero y efímero.
Diseñamos para satisfacer caprichos, no necesidades, en un ambiente donde gana el que llega
más alto, pero lo más rápido posible.
Los dilemas morales a
reconocer son tantos, que no bastaría una nota para tratar de identificarlos
todos.
Quizá la mayor Analogía
que viví en carne propia en mi vida en ese momento, fue sin duda alguna,
aspirar a la Perfección y la Excelencia, creyendo –ilusa y ególatramente– que
influía en otros para obligarlos a expresar lo mejor de ellos mismos.
La historia presentada en brillantes, atractivas y dinámicas
secuencias visuales, aderezadas con temas musicales de Élite contemporáneo, fueron la manera perfecta de retratar lo que
todos deseamos en el mundo en el que actualmente vivimos, sin importar el rubro
de la Profesión de la que se trate: Éxito y Reconocimiento.
Y es que comprendí que la Arquitectura se había convertido en eso justamente: una carrera egocentrista donde cada
diseñador se esmera obsesivamente por llegar a la meta de la Fama y la Riqueza
social, sin importarle humillar y pasar por sobre los competidores –incluso–
por sobre el sujeto, objeto del diseño mismo.
Al final –comprendí– que el Éxito en el ámbito de la Arquitectura,
involucra precisamente el Sacrificio de
la esencia humana, en aras de arribar
a los anhelos egocentristas que se enseñan en las aulas y en el campo disciplinar
del mundo arquitectónico.
Al igual que la cinta que refiere esta nota, al camino del
desarrollo profesional arquitectónico que experimenté, involucra una serie de requerimientos instantáneos basados en
la Forma, la Apariencia y el uso desmedido de la Imagen –impulsada por el Fanatismo tecnológico–, como
constantes de Avance en el camino de la Madurez
externa, pero jamás interna.
El último de mis años en las aulas, como catedrático, fui
dolorosamente consciente de la
persona en la que me transformaba, para sobrevivir en un mundo de Agresión desmedida, donde lo importante
era llegar al Destino del Proceso, más que aprender del Proceso
mismo, sin dejarte pisotear por
nadie, sin importar quién fuera ese `nadie´.
La última fracción de la cinta, presenta sin reparos, las pérdidas, cual fichas de dominó que se
empujan unas a otras, cuando te percatas que no quieres perder en ese mundo bastardo, pero tampoco quieres morir,
pero sí te consideras dispuesto a matar para mantener con vida tu presencia e
influencia en un mundo, con el pretexto de que `no existe nadie más que pueda
hacer aquello que tú haces´.
La secuencia final de esta historia en imágenes y excelso
ambiente sonoro de melodías de Moda, cierra el círculo precisamente con la
reflexión de aquellos que abandonan el Glamour
del Reconocimiento y el Éxito, para dedicarse a eso que les
brinda sentido a sus vidas, y que tiene
nada que ver con `salvar al Mundo´, o
`detener el Cambio Climático´, como
meras alusiones fetiche a la necedad
de nuestro Egocentrismo.
Hoy, quince años después de la primera dosis de esta historia, he comprendido muchísimas cosas…
Imagen segunda de esta nota, tomada de la liga:
Escucho:
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