Acostumbrado a la familiaridad de
los pueblos y las localidades rurales, lo primero que me asesina brutalmente es
la escala de la mancha urbana. La ciudad simula un ente gigantesco que devora
toda manifestación natural que posee.
Las siluetas de los edificios se
recortan contra el cielo, que, por vez primera, pareciera tener límites y
confines. Las avenidas -por el contrario-, son serpentinas rectas y gruesas que
se prolongan hasta la eternidad.
Eterna e interminable es la traza
del ambiente urbano, compuesto por diseños arquitectónicos que compiten en
fuerza y en altura. Los hitos visuales son masas de concreto y cristal que se
alzan hasta donde los cálculos estructurales lo permitan, porque dudo que los
reglamentos de diseño y construcción hayan considerado alguna vez en sus
páginas sitios como éste.
Suelo escribir sobre las
impresiones de los lugares visitados. Es una extraña e inevitable manía que
poseo conmigo desde hace un buen rato. Este sitio me ha generado una impresión
distinta. Distante.
Las vistas que recojo con la
cámara son panorámicas tristes, en tonalidades grises, que se desperdigan por
todas partes donde pongo el pie, comenzando con la ventana del sitio donde
reservé para pasar las noches…
Escucho:
The tide is high / Blondie
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