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lunes, 29 de septiembre de 2014

Amaneceres. Bitácora, parte 1

Acostumbrado a la familiaridad de los pueblos y las localidades rurales, lo primero que me asesina brutalmente es la escala de la mancha urbana. La ciudad simula un ente gigantesco que devora toda manifestación natural que posee.
Las siluetas de los edificios se recortan contra el cielo, que, por vez primera, pareciera tener límites y confines. Las avenidas -por el contrario-, son serpentinas rectas y gruesas que se prolongan hasta la eternidad.
Eterna e interminable es la traza del ambiente urbano, compuesto por diseños arquitectónicos que compiten en fuerza y en altura. Los hitos visuales son masas de concreto y cristal que se alzan hasta donde los cálculos estructurales lo permitan, porque dudo que los reglamentos de diseño y construcción hayan considerado alguna vez en sus páginas sitios como éste.
Suelo escribir sobre las impresiones de los lugares visitados. Es una extraña e inevitable manía que poseo conmigo desde hace un buen rato. Este sitio me ha generado una impresión distinta. Distante.
Las vistas que recojo con la cámara son panorámicas tristes, en tonalidades grises, que se desperdigan por todas partes donde pongo el pie, comenzando con la ventana del sitio donde reservé para pasar las noches…

Escucho:
The tide is high / Blondie

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