Una ganadora de discursos
anteriores. Un sabor agridulce queda desdibujado en la boca al concluir la
escena final de Moonlight, y
aparecer el título de la película.
No me malinterpreten, no es una mala
película, sólo que su discurso es un mensaje social muy ad hoc con las circunstancias sociales que tienen su origen en lo
que sucede en la presidencia actual del país del norte, sólo que se
intercambian los conflictos inmigracionistas
por la raíz esencial del problema
humano que enfrentamos: el sentimiento de
rechazo hacia un sector minoritario de la población. No me atrevería a
confirmar que se trate de un sector mínimo de la población, porque eso no sería
realista, ni justo. No interesa que se trate de situaciones de tráfico de
drogas, de odio por preferencias de naturaleza sexual, o por color de piel,
elemento temático muy bien retratado en la cinta competencia Hidden figures. Ahora que lo
analizamos, precisamente bajo este alegato,
ambas cintas retratan exactamente el mismo problema en la superficie, siendo Hidden figures quien se lleva las palmas
por el tratamiento que le ha dado. Entonces… ¿qué llevó a Moonlight a recibir el Óscar
a mejor propuesta cinematográfica?
Retratar en cámara lenta el conflicto personal
de ocultar la esencia de quién se es. Moonlight es un registro bien detallado
de un complejo existencial que toma
toda una vida afrontar. Nos llama la atención que la mayoría de los personajes
que le dieron el voto de confianza para que se alzara con la estatuilla,
tomaran este conflicto como una experiencia con la que se sientan
identificados. La narrativa es lenta, la historia global ya había sido contada
anteriormente, bien llevada a la pantalla por la dirección aguda y cruda de Ang Lee, basado en la obra de Annie Proulx –hablamos de Brokeback Montain–, con una profundidad
psicológica y emocional mucho mayor, y, finalmente, en cuanto a técnica
cinematográfica, se queda corta en relación con el resto de sus compañeras en
la competencia.
Es circunstancial. La historia
perfecta, en el momento idóneo. El discurso de un presidente inconsciente, que
golpea a la nación social, política y económicamente, reuniendo tres variables
clave de los últimos meses anteriores al estreno de la cinta de la que hoy
escribimos: drogas, diferencias sociales, desintegración, lo que deriva en temor e intolerancia humana. En un mismo grupo social, donde se supondría no
deberían existir fisuras sociales, se manifiesta el cúmulo de emociones
humanas, generadas por la incertidumbre de no empatizar con la naturaleza
humana.
Si se trata de un conflicto o
intolerancia por preferencia sexual,
nos quedamos cortos si catalogamos a la propuesta bajo este simplista argumento. Va mucho más allá que
sólo eso. El conflicto del protagonista se retrata de buena manera, pero no
termina de rascar, hallar y extraer lo más profundo del asunto personal.
Hábilmente, el director deja la responsabilidad al espectador, de encontrar, e
interpretar lo que cada quien considere pertinente. A este respecto es que
consideramos que la propuesta se ha quedado en el tintero, pues otras
propuestas fueron mayormente contundentes.
Los motivos sociales que
definieron la escenografía familiar o humana de los protagonistas. Las más
profundas reflexiones del personaje principal para haber simplemente copiado un
modelo cultural, heredado. La esencia final del reencuentro de dos personas,
tras una vida entera, que no terminan de expresar o comunicar lo que han
sentido o sienten, o responden al cuestionamiento de por qué se han buscado de
nuevo, cuando la cinta pudo haber pasado de largo, y resolver la línea
narrativa con otro conflicto en juego. No se concluye con una victoria, o
derrota, o discurso de lucha o abandono, una serie de palabras duras y
perturbadoras que nos sacudan para despertar del ensimismamiento personal. Existen definitivamente huecos
existenciales. Y un final abierto… Tan abierto como la incertidumbre de la
dirección social y política que tomará la nación
del norte de América, y, por
consiguiente, los hermanos de Latinoamérica.
Si agregamos a las circunstancias
que un año atrás, Will Smith se
promulgara en contra de la visión de la
Academia por ignorar propuestas con actores de color, por desdibujar
intereses racistas, y analizar que
realmente los actores, sus papeles, los conflictos narrados y esbozados, en
verdad fueron pasados de largo… entonces, a sólo meses después, cuando un
presidente que no se esperaba que llegara a la presidencia, ha oficializado el desinterés, la irresponsabilidad
ética y la indiferencia e intolerancia social y cultural, nos preguntamos si la
propuesta premiada estuvo en el momento justo, en el lugar narrativo adecuado, cuando todos nos sentimos dentro de la vorágine
de incertidumbre global,
cuestionándonos sobre quiénes somos en realidad y qué hemos hecho
verdaderamente de nuestra vida, tras haber ignorado una cuestión de Identidad, todo toma sentido.
Moonlight es política y narrativamente correcta.
Sin duda alguna, pero no
convincente en definitiva.
Imágenes tomadas de las respectivas ligas [la segunda imagen editada
digitalmente, en relación a la original]: