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Una talentosa maestra de Creación Literaria me enseñó que, cuando
escribes, lo más importante –y a lo
que debes poner peculiar atención– es
el título del texto que esbozas.
Desde entonces, cuando una
historia comienza a tomar forma en mi cabeza, siempre pienso a la par que el
texto, sobre el posible título que capture a la perfección la esencia del
escrito.
Para definir un buen título,
debes considerar:
- Sencillez. Brevedad. El título en una sola palabra –si es posible–, que encierre el alma del texto que escribes.
- Concepto. Al igual que en la Arquitectura, que el título guarde en sí mismo una historia, un desarrollo, una riqueza humana guardada en sus confines, que atraiga por su poder conceptual, y que cautive por el brillo de sus posibilidades.
- Significado. Empatía. Un título que sea familiar, con el que el lector se sienta identificado, porque forma parte de su propia experiencia como ser humano.
Ahora, cuando escribo –lo que sea que escriba– pienso siempre en estas
recomendaciones.
Lo mismo opera para cada
experiencia de mi vida.
Cada pasaje es una escena a la
que intento ponerle título, para así, cuando muera, pueda releer mi vida a través de pequeños pasajes con títulos
reconocibles, que le otorguen sentido a quien alguna vez fui.
Escucho:
Lanscape | Robert Miles
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