En la Escritura he encontrado siempre –en mi vida– una metáfora hermosa para enfrentar y trascender circunstancias adversas, o difíciles.
En más de una ocasión, he utilizado estas experiencias
complicadas como base para historias o narraciones que he materializado a lo
largo de los años, en proyectos específicos, o bien, a través de dosis menores
que se registraron en bitácoras personales,
diversas. Poseo tantas –afortunadamente–, que por ellas, es que me considero, humano.
Escribir ha sido una herramienta poderosa de Canalización, que utilizo para expresar
las emociones, sentimientos, y circunstancias mías que, transformadas en textos
abiertos, reflejan con certeza parte de mí.
Hoy he decidido escribir una Carta de Despedida.
Sin ningún objetivo en particular, más que sentarme, y escribir.
Porque hace un año ya, que te marchaste.
Han pasado más de trescientos
cincuenta días en un arduo proceso de Asimilación,
Confrontación conmigo mismo y
contigo, para intentar entender la Realidad acontecida, que un año después,
concluyo, me supera.
Han pasado las noches, los días, los amaneceres en perpetuo cuestionamiento, en inútil análisis para
comprender qué ha quedado de mí, de nosotros, después de esto…
El Tiempo se ha
encargado de arrastrar lastimosamente `el
nosotros´, y me ha dejado sólo `el mí´.
He levantado al paso de las semanas y los meses, las piezas,
los trozos de una relación destruida, diseñando en mi mente una conclusión que
me satisfaga, y que me reconforte, y que no esperaba:
Quizá nunca existió
una relación.
Cómo se dieron las cosas, lo que buscaste con premura apenas
abrí la puerta. Lo vertiginoso de las cosas. Lo acepto, me subí al vagón del
tren, y me dejé llevar por la Velocidad
de la travesía. Sólo que cuando deseaba sentarme a contemplar el paisaje por la
ventanilla, tú estabas siempre distraído con la materialidad de las cosas.
Placer, vertiginosidad.
Rápido, veloz siempre, en todas las cosas.
No me interesa que leas esta carta, mucho menos que recojas
de ella trozos de Personalización que
despierten emociones dentro de ti.
Me enseñaste que las emociones poco importan, que siempre
dirigieron nuestra relación, porque jamás aprendimos a ponerles Orden, a dominarlas, comprenderlas, y
diseñar algo –juntos– con ellas.
La carta que dejaste (aún no sé con qué maldito propósito)
después de que arrasaste con el Fuego
de tu Furia el Espacio que
habitáramos, y que entregaste en persona muchísimos meses después, y que no
hizo sino abrir más la herida que aún sangraba en ese momento, al recodarte; esa
misma carta es la que tiré a los desechos, pero algo (o más bien, alguien, una Guía) me hizo guardarla, olvidándola
por tanto tiempo, hasta que hace unos días, fui instado a leerla, comprendiendo
que era un trozo de ti, sin yo saberlo, convirtiéndose en la pieza faltante de
aquel hueco en nuestra relación a la que yo no podía acceder.
Preguntamos –lo
recuerdo– sobre tus vocaciones personales, encontrando en
ellas un vacío que no supe explicarte
en ese momento, disculpándome por mi Ignorancia.
Gracias a esa carta que dejaste, las cosas encajaron a la
perfección, brindando todo sentido a lo que yo no había sido capaz de hallar,
hasta este momento.
Y es que, la palabra con la que me acusaste, en primera
instancia, y que fuera la que desató la Catástrofe,
no fue mía. No fue mi responsabilidad.
Como sanador aprendí, que, cada mensaje que obtengo, solicitando
información sobre mí mismo, no me ofrece Acusación
hacia persona alguna que no sea yo, más bien, hace evidente la acción o Intención que he ejecutado yo mismo,
antes de acusar a quien me rodea.
Todo, absolutamente todo, se conectó de repente en esa
Acusación, porque la Intención no
estaba en mí. Jamás lo estuvo.
Los huecos que existían, después de los hechos, y que me
lastimaron por cerca de un año –como
hilos que de repente se [des]entretejen–
fueron llenados con verdades que no
fui capaz de mirar, hasta hoy.
Tus vocaciones quedaron claras, entonces, y donde había
hueco, no lo hubo más.
Jamás existen huecos en nuestras vidas.
Todo tiene propósitos,
a veces dolorosos, que en un primer momento, no alcanzamos a ver, o comprender.
No compartiré jamás esta información, ni en esta ni en otras
vidas, y no podré ayudarte más a armar un rompecabezas que día a día intenté
resolver, mientras estuve contigo. Perdona mi Torpeza y mi Idiotez en
ese aspecto, por no poder ayudarte, pero –ahora
lo sé–, no me correspondía hacerlo,
no sin obtener un Dolor más grande del que obtuve al final de nuestra relación.
Sólo me resta desearte que tu Destino y tus tres vocaciones, ahora completas, se cumplan, y que
logres en ellas el mayor aprovechamiento de tus cualidades y dones.
Y sí, deseo darte las gracias –de corazón, no fui capaz de hacerlo antes– por haberte marchado y no estar más, conmigo. Por las cosas que
vivimos y compartimos.
Gracias por las acciones, todas ellas, tanto las que
construyeron, como las que destruyeron.
Me disculpo por no ser el hombre que cumplió tus
expectativas, y por no haber sido capaz de ayudarte como esperabas.
Gracias porque de esta experiencia he ganado el Dolor más grande en mi vida, obteniendo
material para narrar la más importante y valiosa
–a mi consideración– de las historias que me han tocado
traer a la Realidad.
La existencia humana
es un cúmulo de experiencias de toda Naturaleza –buenas, malas o malvadas–
para que trascendamos los límites del Tiempo, el Espacio, y nuestra Corporeidad.
Me has enseñado tanto a este respecto.
Gracias por ello.
No volveré a saber de
ti.
A t e n t a m e n t e.
El hombre que algún día te amó.
Escucho:
Kiss me more | Doja
Cat featuring SZA
Happier than ever | Billie
Eilish
Ohms | Deftones
Can´t help thinking about me | David Bowie
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