Han sido días de lecciones
fuertes. Han sido días únicos en todos los sentidos.
Aprendí, más de catorce años
después de concluir mi carrera, lo que realmente es ser un arquitecto. Qué
hermosa es la Arquitectura, y qué
grandiosa responsabilidad llevarla prendida de mi alma.
La visión descubierta, el
Espíritu de las personas circundantes, la panorámica infinita, imposible y
majestuosa que se abrió ante mis ojos.
Y el don de participar, de conformar una pequeñísima fracción de realidad,
junto al esfuerzo de otros. No tener una visión ególatra o protagonista. Aprender
de quienes te rodean, aprender de aquellos a quienes diseñas.
Ser arquitecto es un privilegio
sólo equiparado –quizá– al de ser Médico. Ellos garantizan tu Salud y velan por tu Vida. Los
arquitectos diseñamos la Realidad
para garantizar el desarrollo pleno del Espíritu
Humano.
Hoy agradezco por los detalles
inesperados, esas insignificantes cosas que nos hacen humanos. La compañía, las
palabras, las charlas no planeadas, los instantes sorpresivos. Porque un abrazo
robado y una palabra sincera al oído llenó más que un recurso, resultado o un
producto obtenido.
Se dibuja ahora la interrogante
obligada en la mente:
¿Qué viene a continuación tras lo vivido?
Escucho:
Believe / Mumford & Sons
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