Desde que vendí el restirador, tengo más espacio en casa.
Desde entonces, un lagarto arribó al patio, donde sembré el
árbol de duraznos, en memoria de mi perro fallecido, aquél que me acompañó en
las caminatas vespertinas más amenas que recuerdo.
Desde que hablé la primera vez
con mi tía abuela –o más bien, ella habló conmigo– supe que probablemente estaba
volviéndome loco, considerando que ella (ya) estaba muerta cuando platicamos.
Desde que renuncié a lo que antes
era, tengo menos personas cercanas a mí –por
no decir ninguna–. Aprendí que la sinceridad
en –la actualidad– no existe más.
Hay más necesidad de dormir y
dormitar –aunque parezca abuelo,
quizá comience a serlo– y más tiempo
de leer, pero por ahora creo que prefiero no hacerlo.
En breve comenzaré a ser creativo –espero– y mi cuerpo
presiente que pronto comenzaré a escribir–,
porque la mente no se está quieta nunca, y los ratos de soledad son ya diálogos
con uno mismo, donde termino hablando hasta de lo que no es mío.
Desde que… (no recuerdo cuándo)
disfruto mucho estar solo, y el espacio interno y externo se disfruta en demasía.
Ya no escucho Música debajo del agua, no quiero que
mis artistas mueran ahogados mientras me obsesiono con alcanzar los kilómetros
y medios.
Desde que mi Vida cambió, mi
brújula se ha roto. O tal vez porque mi brújula rompió, es que mi Vida no es la
misma.
Como sea. Intenté morir, pero no
me dejaron.
No nos queda más que escribir, y
mirar cómo las letras se desdibujan delante de mis manos, mientras tomo una
imagen con la cámara.
Es lo que a menudo, por estos
días, sólo hacemos…
Escucho:
Inner Sanctum / Pet Shop Boys
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