Soy seguidor de Radiohead desde aquel peculiar y
exquisito álbum llamado Kid A, en
ese nostálgico y altamente recordado Octubre del dos mil.
Siempre me ha impactado el misticismo –permítaseme el término–
que rodea a la banda, me refiero a ese ambiente único que consiguen instantes
antes del lanzamiento de sus propuestas musicales, donde el mundo –literal– puede contener el aliento, aguardando por la llegada de algo.
Y es que los álbumes de esta
banda –así como los de Thom Yorke– son netamente conceptuales,
electrónicos a la vez que acústicos, con un sonido personal que pocas bandas consiguen hoy en día.
Ayer platicaba con un artista que
acabo de conocer hace tan sólo unos meses. Una de esas conversaciones en línea
que comienza con unas cuantas palabras, tras las cuales se dibujan una serie de líneas que llevan a temas
profundos e íntimos. Hablamos de los
textos que se escriben a últimas fechas en éste y otros espacios hermanos. No
es la vez primera que recibo comentarios de los textos. Algo tienen en común: son reflexiones personales. Mucho.
El estilo para escribir es algo
que jamás me he sentado a analizar. Si lo hiciera, no volvería a escribir nunca
más.
Son textos que se conciben en
momentos únicos. Puede ser en la comodidad del escritorio de trabajo en el
despacho. Caminando. Reposando. Cuasi durmiendo.
A veces arriban en instantes complejos y oscuros, y se mecanografían en la
mente, aguardando la oportunidad de la necesaria transición al plano digital.
Son psicológicamente diseñados. Es una de las características de los
escritos que concibo. Las novelas y narraciones contienen como sello ese
ambiente introvertido, esa psicología
profunda, que guarda una serie de conexiones en segundo plano, y que expresan
mucho más de lo que se lee a primera vista. Mucho de lo expresado, no puede ni
siquiera leerse físicamente.
Escribir –lo he dicho en varias de las notas personales– es una terapia, como imagino que es para bandas como Radiohead hacer Música. Para mí es una acción indispensable para mantener el Equilibrio y la cordura. Es una manera
de enfocarme en lo que realmente importa. Recientemente he aprendido a que todo
nos parece fundamental, pero en la trampa de caer en ello, perdemos de vista lo
esencial.
El comentario que recibí ayer fue
que los textos atraviesan la lógica y lastiman las emociones.
No es mi intención hacerlo, pero
sí el objetivo reflejarlo. Al final de cuentas, cada obra diseñada por su
autor, posee un fragmento de su alma.
Escucho:
Pink section / Thom Yorke
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