Octubre es un mes significativo para mí. Es un
período que, año con año, a lo largo de más de treinta y ocho veces, ha traído
aprendizaje a mi vida. Cada año –ahora
que rememoro– se ha encargado de
brindarme lecciones representativas. Algunas placenteras, otras todo lo
contrario, y ninguna de ellas sencilla.
Los recuerdos que más guardo tienen que ver con el
inicio de la escritura de la primera historia, que significó el descubrimiento
de la Pasión por la Literatura.
Octubre siempre ha sido el ciclo de días preferido para escribir y utilizar esa
escritura como medio de expresión, como terapia para encontrar sentido y
dirección, cuando la brújula falla.
El primer Octubre de mi etapa de estudiante de Arquitectura fue memorable, por
enfrentarme por vez primera a la realidad de los retos de esta carrera, y por representar
un período donde comprendí lo duro que sería integrar la Arquitectura a mi Vida. Fue también el mes en el cuál me despedí de
mi abuelo paterno, una figura extraordinaria a la que debo muchísimo de lo que
ahora soy, como ser humano y como profesionista.
Este año en particular, precisamente el primer día de
Octubre, inicio un ciclo desconocido, uno que hacía mucho tiempo me llamaba, y
que decidí ignorar, hasta que no fue posible hacerlo más. Comprendo que la Vida
se encarga de cumplir los ciclos, las metas, las asignaciones y los objetivos
que trazaste diligentemente antes de venir, no importa lo que hagas por
ignorarlos. Este ciclo lo comienzo aparentemente lejos de la Arquitectura, pero
irónicamente rodeado por ella en absolutamente todos los sentidos. La compañía,
los espacios, las reflexiones, los edificios, las panorámicas. Incluso, la analogía del diseño de las variables que te rodean.
Entiendo que esta carrera llegó a mí –o yo a ella– porque representa un peldaño, un escalón, una plataforma base
sobre la cual debía cimentar mi existencia, mis creencias, objetivos y metas. A
pesar de no ser un miembro activo por
azares del Destino y pendientes existenciales, la Arquitectura continúa guiando
el camino, recordándome cada Octubre que siempre habrá algo que rediseñar, una porción de Vida que habitar, y un sueño que capturar, y no
desistir hasta tornarlo real.
Son tantas las personas y los espacios arquitectónicos que he conocido, que no tengo
palabras para expresar la Gratitud
hacia ellos. Muchos son arquitectos, estudian para serlo, o tienen a la Arquitectura
tatuada en el corazón. Les pregunto a mis padres de quién heredé la Pasión por la Habitabilidad dentro del Espacio, pero no encontramos respuesta.
Imagino que esta ironía de la Vida, esta obsesión por
los espacios, de la que no puedo desistir u olvidar o ignorar o negar, o mucho
menos huir, es un deseo que tracé antes de nacer, y que, aunque a veces me
genere incertidumbre, dolor, miedo o duda, representa parte de la lección más
grande que –aún ahora– intento aprender: diseñar mi propia Vida, con todas las
herramientas, la Pasión y la delicadeza, con la que sólo un arquitecto podría
hacerlo.
No me considero uno, o aún me siento muy lejos de ser
un arquitecto verdadero, pero la Arquitectura continúa deleitando mis sentidos
y llenando el corazón con inexplicables satisfacciones, que, lejos de
comprenderse, inspiran a mantener la Fortaleza suficiente para mantenerme en el
Modo Vivo: Encendido.
Escucho:
Part one: Homecoming | Ray LaMontagne
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