Todo comenzó finalmente con unas
palabras de despedida. Con el sutil conflicto que aqueja una relación, que
merma un camino, que transforma el sentido de la vereda que se transita.
Las palabras detrás del
dispositivo tecnológico, porque la renuncia ya había puesto distancia entre
nosotros. Por más que traté de convencerlo de que volviera, porque las
circunstancias podrían ser reestructuradas, su mensaje, su convicción misma,
fue implacable.
A pesar de no poder mirarlo de
manera presencial, pude observar claramente esa mirada seria, decidida,
honesta, reflejando la esencia del espíritu humano que se manifiesta. Las
palabras que compartió esa tarde, honestas todas como jamás escuché antes, hicieron
catarsis en mí, y cimbraron lo que
los arduos años de dedicación, necedad y aplomo, habían forjado en mi
existencia, haciendo temblar mi ser entero como nadie, jamás, había conseguido
hacerlo, o intentado, o pretendido. Osada asignación, valiente meta.
Los fracasos –mal llamados por los hombres simples– son caminos que se transitan para templar el alma. Son los
caminos complicados, difíciles, esos que te arrancan la Salud y el aliento, los
que ponen a prueba no sólo tu fortaleza física, logrando que desfallezcas hasta
no poder encontrar Fuerza para levantarte y continuar, sino que carcomen tu
valor humano, la confianza en tu persona, la creencia en que el Destino es un
Dios implacable que todo lo destruye, que todo pone a prueba, que todo lo
aplasta con su actitud perfeccionista y terca.
Porque la Perfección –en el sentido del lenguaje humano– no existe, es sólo un invento nefasto
de nuestra cultura humana, para hacer de las comparaciones, nuestro estilo de
Vida.
Cuando me percaté de ello, de
cómo lo perfecto ocurre (y transcurre) en tu línea de vida, sin que seas
consciente de ello, las variables habían tomado ya su respectivo rumbo, todo se encontraba en su perfecto lugar.
Y entonces, lo supe.
Me enamoré de un hombre. No sé
cuándo sucedió, o por qué, o cómo.
Cuando menos lo esperé, ahí se
encontraba, de pie, delante de mí, ese incómodo, pero inspirador sentimiento. Emoción
nociva, experiencia maldita, que destruye paradigmas, que abre perspectivas y
derrumba creencias y fisonomías.
Después aparecieron las
caminatas, las excursiones a la cima de la montaña. Volcán sublime, símbolo de
todo lo perdido, lo que se manifiesta en erupción, lo que explota, lo que
destruye a la par de crea y construye, con el caos, con la incertidumbre, con
las fuerzas humanas y espirituales perdidas, que duermen en lo más profundo de
nosotros, hasta que un día cualquiera despiertan para destruirte desde dentro,
para reestructurarte por completo. Hombre cuya temple gusta de los retos, de
los paisajes imposibles, de las cúspides lejanas, acariciando con la mirada las
metas elevadas, aquellas tentaciones que sólo imaginan los hombres en lujuria
de cumplir con sus anhelos espirituales.
Me enamoré tal vez del cuerpo
estilizado, del calor del pecho al contacto con el abrazo, de la seguridad
corporal de ese hombre que, sabiendo que las circunstancias no son las óptimas
o esperadas, continúa, inquebrantable, caminando cada camino, sin detenerse, erguido
y con porte, hombre que, aún en el descanso aparente o el fracaso declarado,
continúa su avance.
Del rostro sereno, de la
Perseverancia toda. Del toque de sus manos, de la delicadeza de su ánima. De la
Belleza contenida, y la manifestada. De sus brazos al rodearte, de sus palabras
de aliento. De su aliento mismo. De la calidez infinita del Universo que vive
en su mirada.
Del talento, hermoso conjunto de
habilidades dormidas en las manos, en la mente, en la vista, en el cuerpo, en
el aura, en el alma. En la sonrisa que ilumina el rostro varonil y amable, que
dirige el semblante hacia el Horizonte, no importa si amanece, o anochece.
Del slogan que reza: `Que los sueños
en verdad se cumplen´.
Me enamoré de un hombre que
siempre estuvo, pero que –estúpido
de mí– jamás descubrí hasta que la
Vida me llevó al fondo del abismo, y caí, entremezclándome con la Oscuridad
aterradora y ruin, que me mostró sin filtros aquella parte densa y negra,
presente en mi alma, y que no somos capaces de identificar siquiera, porque
vivimos en la necedad ególatra de nuestra parte humana más oculta.
Y entonces, un día cualquiera –tan cualquiera que ríes a carcajadas
por lo idiota que suena la simple idea y el momento mismo– descubres la verdad, tan clara, fuerte y decidida, que te
lamentas por no haberla visto con anterioridad, por haber dejado transcurrir el
Tiempo, y haber permitido la muerte del Espacio. Por haber sido un ciego, un
inerte e insensible muñeco de trapo, dejándose llevar por el vaivén de las olas
de la cotidianidad y la frivolidad de la existencia vana.
Te das cuenta que te has
enamorado de un hombre que siempre existió, que existirá si lo decides, si lo descubres,
si eres lo suficientemente osado para acercarte a él.
Te has enamorado de la mejor
versión de tí, de tu potencial, de la Verdad que representas, la que te habla y
se materializa desde lo más profundo de tu alma, desde la fuente profunda del
Espíritu que proviene del Cosmos infinito,
presente sólo en nuestros más locos y verdaderos sueños, cuando te atreves a
ser Uno con el Todo, convirtiéndote a la vez en Nada, y recuerdas el enorme
papel que juegas como pieza del Destino, un destino que construyes al existir,
al respirar, al ser consciente de que el Mundo existe gracias a que lo has
vivido, aprendido, gozado, transformado, y construido. Cuando rompes las reglas
de la realidad, y te fundes en la profundidad perdida y oscura de tu alma, sólo
para encontrar que el Cosmos mora en tu interior, y tú moras alineado a él,
para siempre, como nunca, en un juego de ideas y palabras que tu mente no puede
comprender, o descodificar siquiera, lenguaje primigenio que tu espíritu –sin embargo– trasciende por ser la esencia que la génesis misma de la Vida,
contiene.
Es entonces que pierdes el miedo
de caminar, de elevarte hacia lo que auténticamente eres, tu potencial, la
Verdad que representas y lo que estás destinado a ser.
Es entonces que no temes mostrar
quien eres, expresar lo que sueñas, manifestar lo que piensas, y construir lo
que quieres.
Y es así que llegas al destino
último.
Y ya no temes, porque te has
enamorado de todo lo que eres, de lo que es, de lo que será, y no interesa lo
que acontezca después, porque el Después
es sólo un eterno presente, que nunca muere.
Gracias a tí, sabes quien eres,
porque durante la caída al fondo,
tu Luz fue modelo y guía.
Imagen que acompaña a nota es obra de Francisco Palacios Olmos. Algrafía. `De libre intención´.
Escucho:
Black ballon | The Goo Goo Dolls
Superman (It's not easy) | Five for Fighting
Dead end | The Whitest Boy Alive
Two times | The Blakes
Barfly | Ray LaMontagne