La primera
ciudad que me conquistó, con aquel juego espacial que involucraba al ocaso fue Oaxaca. Hermosos, los más hermosos recuerdos y vivencias que se
guardan, pertenecen –sin duda alguna– a esta ciudad, tanto, que una
historia fue escrita e incluida en nuestra ópera
prima literaria.
Desde entonces,
primero por azares del Destino, y después –al
paso de los años– por decisión y
convicción personales, nos hemos dado la oportunidad de conocer, de visitar, y
de entablar romances con lugares varios, sin olvidar nunca que el primer amor,
ese que dura para siempre, no importa que mueras, es para esa ciudad de los champurrados.
Pátzcuaro me atrapó por su escala urbana, por hablar un atrevido
lenguaje centrado en la integración de los paisajes y los atardeceres –mi debilidad, sin duda–.
Su Historia me
ha cautivado, y me ha permitido conocer un fragmento de ella que no conocía, ¡y
de qué manera!
No es casualidad
que la primera fotografía al arribar al lugar, haya sido de un ocaso, donde, en
una de las sutiles esquinas, juegan los agonizantes pero traviesos rayos de
luz, en una combinación visual entre
los árboles, los edificios, sus sensuales techos, y el agua susurrante de la
fuente que se ha bebido en una estatua, la esencia
histórica del sitio.
Escucho:
Every planet we reach
is dead | Gorillaz
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