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domingo, 9 de julio de 2017

De vuelta a casa

Desde niño deseé emprender el vuelo propio. Mis juegos me llevaban siempre a lugares lejanos y exóticos, donde podía conocer los pormenores del mundo que me rodeaba.
No tuve que viajar mucho para cumplir mi meta, geográficamente me refiero. Concluir una carrera, comenzar a laborar, y abandonar los sueños e ilusiones de niño, significó alejarme miles de kilómetros de casa, de esa dirección a la que deseé ir hace décadas.

Debo reconocer que las travesías han sido hermosas. He conocido a tantas personas, que no podría recordar los nombres de todas ellas. Las aventuras son indescriptibles, inimaginables. El conocimiento y la experiencia obtenidos no tienen nombre, o valor que pueda calculárseles, por lo mucho que han influido, que han definido mi vida.
Cada día, cada reto, cada noche, abordé las situaciones con alegría, optimismo y perseverancia, consiguiendo siempre cumplir las metas, no importando cuál grandes o complejas se miraban. Muchas personas confiaron en mi, tal vez de maneras que ni yo mismo llegué a confiar hasta ahora.

He tenido todo tipo de horizontes en la ventana de mi existencia. Si fuera artista, podría pintar tantos y tan variados cuadros, con colores que no sería capaz de pronunciar siquiera. He pedido a varios de ustedes, me vendan u obsequien, pinturas que en algún momento crearon. Las tengo cerca de mi, en ese espacio personal que es una especie de refugio. `Refugio´. Qué bella palabra. Así debería ser la Vida, un sitio donde cada noche llegásemos a relajarnos, a alimentar nuestro espíritu, para retroalimentarnos, y jamás olvidar a qué hemos venido a este sitio. Los atardeceres han sido bellos, pero han acontecido deprisa para poder observarlos y atraparlos en el alma.
Los caminos nos han obsequiado vistas, trayectos, experiencias varias. Una gama de recuerdos, de memorias que quedan grabadas en la mente.
Pero la constante ha sido siempre la misma: queda un hueco en el estómago, y un vacío en el corazón.
Durante mucho tiempo creí que la plenitud arribaba paulatinamente, al observar los retos cumplidos. Largas noches en vela, cientos, miles de bocetos, dibujos, anotaciones, docenas de bitácoras escritas, diarios del acontecer de los proyectos diseñados, y materializados. Arduo trabajo, esfuerzo, tiempo completamente dedicado a esos objetivos externos.
Me mentía a mí mismo.
La Plenitud se lleva dentro, no se busca por fuera.

Ha sido largo el camino de vuelta a casa.
Ha costado sacrificios, despedidas, lágrimas vertidas, afecciones corporales, y emociones dolorosas y marchitas.
Pero sobre todo: una introspección al Limbo, ese temeroso sitio donde viven tus más arraigados y profundos miedos. Soledad y Silencio, en todo el sentido de la palabra.

Curiosamente, es lo que me lleva de vuelta a casa. Un día despiertas, los amigos no se encuentran a tu costado, miras el follaje de tu vida, y volteas hacia la copa de los árboles y más allá de ellos, para apartar las ramas con tus manos, y descubrir que el camino familiar, siempre ha permanecido ahí, sólo que pocas veces lo miraste cuando estuviste acompañado.
Y emprendes de vuelta los pasos, hacia el valle que alguna vez abandonaste, sintiendo una mezcla atípica de tristeza y alegría.
Has vuelto a casa.
Porque `casa´ es la esencia de tu verdadero ser. Es como ser un caracol. Tu casa llevada a cuestas, tu esencia, tu alma, simplemente ser lo que verdaderamente eres. Sin limitaciones, sin críticas. Sólo tú, delante de ti mismo, haciendo lo que viniste a hacer.

La Plenitud no es la meta. La Plenitud es el camino, es alimentarse de cada experiencia buena o mala (tu mente decide lo que tu corazón confirma) que pone a prueba tu perseverancia y deseo de compartir tus mejores cualidades y tus dones, y reencontrar tu propósito en la Vida, a través del reencuentro con otros que, como tú, sienten que en la pérdida, han ganado, en vez de simplemente perder.  

Escucho:
Cuando quiero sol | Presuntos implicados
Part One: Homecoming | Ray LaMontagne

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