Desde niño deseé emprender el
vuelo propio. Mis juegos me llevaban siempre a lugares lejanos y exóticos,
donde podía conocer los pormenores del mundo que me rodeaba.
No tuve que viajar mucho para
cumplir mi meta, geográficamente –me refiero–. Concluir una carrera, comenzar a laborar, y abandonar los sueños
e ilusiones de niño, significó alejarme miles de kilómetros de casa, de esa
dirección a la que deseé ir hace décadas.
Debo reconocer que las travesías
han sido hermosas. He conocido a tantas personas, que no podría recordar los
nombres de todas ellas. Las aventuras son indescriptibles, inimaginables. El
conocimiento y la experiencia obtenidos no tienen nombre, o valor que pueda
calculárseles, por lo mucho que han influido, que han definido mi vida.
Cada día, cada reto, cada noche,
abordé las situaciones con alegría, optimismo y perseverancia, consiguiendo
siempre cumplir las metas, no importando cuál grandes o complejas se miraban.
Muchas personas confiaron en mi, tal vez de maneras que ni yo mismo llegué a
confiar –hasta ahora–.
He tenido todo tipo de horizontes
en la ventana de mi existencia. Si fuera artista, podría pintar tantos y tan
variados cuadros, con colores que no sería capaz de pronunciar siquiera. He
pedido a varios de ustedes, me vendan u obsequien, pinturas que en algún
momento crearon. Las tengo cerca de mi, en ese espacio personal que es una
especie de refugio. `Refugio´. Qué bella palabra. Así debería ser la Vida, un
sitio donde cada noche llegásemos a relajarnos, a alimentar nuestro espíritu,
para retroalimentarnos, y jamás olvidar a qué hemos venido a este sitio. Los atardeceres
han sido bellos, pero han acontecido deprisa para poder observarlos y
atraparlos en el alma.
Los caminos nos han obsequiado
vistas, trayectos, experiencias varias. Una gama de recuerdos, de memorias que
quedan grabadas en la mente.
Pero la constante ha sido siempre
la misma: queda un hueco en el estómago, y
un vacío en el corazón.
Durante mucho tiempo creí que la
plenitud arribaba paulatinamente, al observar los retos cumplidos. Largas
noches en vela, cientos, miles de bocetos, dibujos, anotaciones, docenas de
bitácoras escritas, diarios del acontecer de los proyectos diseñados, y
materializados. Arduo trabajo, esfuerzo, tiempo completamente dedicado a esos
objetivos externos.
Me mentía a mí mismo.
La Plenitud se lleva dentro, no
se busca por fuera.
Ha sido largo el camino de vuelta
a casa.
Ha costado sacrificios, despedidas,
lágrimas vertidas, afecciones corporales, y emociones dolorosas y marchitas.
Pero sobre todo: una introspección al Limbo, ese temeroso sitio donde viven tus más arraigados y
profundos miedos. Soledad y Silencio, en todo el sentido de la palabra.
Curiosamente, es lo que me lleva
de vuelta a casa. Un día despiertas, los amigos no se encuentran a tu costado, miras
el follaje de tu vida, y volteas hacia la copa de los árboles y más allá de
ellos, para apartar las ramas con tus manos, y descubrir que el camino
familiar, siempre ha permanecido ahí, sólo que pocas veces lo miraste cuando
estuviste acompañado.
Y emprendes de vuelta los pasos,
hacia el valle que alguna vez abandonaste, sintiendo una mezcla atípica de
tristeza y alegría.
Has vuelto a casa.
Porque `casa´ es la esencia de tu
verdadero ser. Es como ser un caracol. Tu casa llevada a cuestas, tu esencia,
tu alma, simplemente ser lo que
verdaderamente eres. Sin limitaciones, sin críticas. Sólo tú, delante de ti
mismo, haciendo lo que viniste a hacer.
La Plenitud no es la meta. La Plenitud es el camino, es alimentarse de
cada experiencia –buena o mala (tu mente decide lo que tu
corazón confirma)– que pone a prueba tu perseverancia y deseo
de compartir tus mejores cualidades y tus dones, y reencontrar tu propósito en
la Vida, a través del reencuentro con otros que, como tú, sienten que en la
pérdida, han ganado, en vez de simplemente perder.
Escucho:
Cuando quiero sol | Presuntos implicados
Part One: Homecoming | Ray LaMontagne
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