Hoy, mientras realizaba el
cotidiano recorrido en bicicleta, encontré a un padre y su hijo, a un costado
de la ciclovía. El niño se hallaba
sentado en el suelo, con los ojos invadidos por un reciente llanto, mientras de
su labio inferior escurría un hilillo de sangre, y en la parte superior de su
ojo derecho se miraba un gran moretón: se
había caído mientras andaba en bicicleta. Ésta se hallaba recogida por su
padre. Todo indicaba que, bajando la rampa, el niño había excedido la velocidad
máxima al intentar dar una curva pronunciada. Un error de niño, al dejarte
llevar por la emoción del logro. Su padre comentó que llevaba poco más de un
mes presionado por su hijo para salir a rodar,
y que justo ese día, sucedía esto.
Yo había detenido mi bicicleta,
me acerqué lentamente, y comencé a entablar plática con el padre. El niño yacía
sentado, con la vista perdida, visiblemente ensimismado. Su mente y corazón no
lograrían trascender aquel evento, a menos que evitara que el miedo lo dominara
en ese momento crítico, y comprendiera que, como ese momento, habrá muchos más
en la Vida.
Siempre fui reiterativo en mi
labor como arquitecto, catedrático y escritor, al defender la postura de que en
la Educación, o en el desarrollo de la profesión, es indispensable incluir
herramientas y tiempo para atender circunstancias adversas.
Los últimos estudiantes que
estuvieron a mi cargo, antes de dar por concluido mi ciclo dentro de las aulas,
los visualizo como una analogía
repetida docenas de veces, donde, lejos de una recuperación emocional y física satisfactoria,
muchos de ellos llevaban consigo heridas corporales, y visualmente emocionales,
de eventos, traumas o situaciones conflictivas que no concluyeron bien, y que
dejaron en ellos rencor, inseguridad, culpa y vergüenza en muchos sentidos, al
extremo de culpar al entorno, y a las personas decididas a ayudarlos, de
representar pésimos elementos inútiles, que no tienen función en la vida de una
sociedad.
Casos complejos de adicciones,
violencia intra familiar, y otras docenas de situaciones-conflicto, dominan
paulatinamente nuestras vidas, y consiguen dejar tras de sí una generación de
seres humanos incapaces de recuperarse de un fracaso, o serie de fracasos, que –inevitablemente– harán presa de cada uno de nosotros, en nuestra vida profesional,
social, humana…
Tres minutos después, me
encontraba revisando al niño, quien respondía mis preguntas, mientras revisaba
su espalda, cuello, articulaciones, mientras yo hablaba de mi propia
experiencia, del color del casco que había decidido comprar tras mi segunda
caída al tomar la bicicleta y romper mis gafas, y de experiencias con otros
accidentes y aditamentos que compré posteriormente para proteger mi integridad.
Cuando menos lo pensó, el niño se encontraba de pie (ayudado por su padre y por
mí) estable y tranquilo, mientras su subconsciente
procesaba el hecho futuro de volver a recorrer esa ciclovía en una bicicleta en
alguna ocasión, en el futuro.
Me despedí con una casual frase:
`¡Espero encontrarte de nuevo por este rumbo, pronto!´.
Y es que la Vida es así. Puedes
caerte, y responsabilizar y hacer el mayor daño corporal, verbal y psicológico
a quien trata de ayudarte, por considerarlos inútiles, demasiado malos, o
incluso estúpidos por no haberte ayudado en tu caída original, o en lo
posterior a ella. Los rumbos donde nos movemos nos llevan a reencontrarnos en
futuras veredas. Las caídas serán más comunes de lo que nos gustaría aceptar,
sin embargo, siempre habrá en ellas la oportunidad de la redención, de aprender a levantarnos bajo una perspectiva sana y
neutra, responsabilizándonos de nuestros propios pasos dados, y de los pasos que
–seguramente– daremos en el futuro para cumplir las metas que anhelamos como
seres humanos.
Escucho:
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