Desde que mudé de residencia, muchas han sido las
experiencias vividas. Cuando abandonas un sitio, para arribar a otro, una serie
de circunstancias transforman tu existencia.
Así, ese día frío y solitario, de elecciones, en mi país, me
dispuse a salir y ejercer el voto, por segunda ocasión, desde la llegada al nuevo hogar.
El día era nublado, helado en sobremanera. Las calles
desiertas. Sin movimiento, ni barullo.
Salí temprano –no
eran ni las ocho y media de la mañana–
cuando emprendí el camino hacia la urna, ubicada cuadras arriba del sitio donde
vivo.
¿Qué fue lo que
despertó el viaje en retrospectiva?
El nulo movimiento urbano, el frío, la melancolía de la
mañana. No lo sé…
Fue así que descubrí esa vista, panorámica de un sitio, un
espacio urbano, que simplemente había desaparecido de la memoria.
Ese parque, con sus colores distintivos. Ese mobiliario… La
configuración espacial, incluso.
Un sitio que sirvió de refugio durante los días de
adolescencia. Donde aprendí a jugar basquetbol. Donde escapé con los amigos en
más de una ocasión.
Un rincón de charlas, de pláticas, de reuniones entre
miembros de nuestra pandilla, y en donde vivimos tantos y tantos atardeceres.
Ahora, visto a la distancia, me trae absolutamente todos los
recuerdos de los momentos en él experimentados.
Y es que cada tarde con los amigos, cada salida de casa por
breves horas para jugar, charlar, caminar… era la solución perfecta para los
problemas.
¡Qué iluso! O más bien, qué problemas insignificantes los
que vivía yo por aquella época.
En fin… La ciudad siempre presente, conteniendo tus
memorias, registrando tus recuerdos, para que –algún día– puedas
acceder de nueva cuenta a ellos, y vivirlos
una vez más.
Escucho:
Sólo el amor nos salvará [Dueto con Malú] / Aleks Syntek
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