`En la noche del treinta y uno me encontraba acostado,
dispuesto a enviar correos del trabajo mentado,
cuando de repente mi corazón dejó de latir, frustrado…
preguntándome si en el `Mictlán´ habría internet, ¡qué preocupado!´.
Estas fechas representan para mí días llenos de alegría, de
color, de celebración, al igual que cierta melancolía. Desde niño me agradó el Día de Muertos, y siento fascinación
por los altares, el concepto del Xantolo,
la preparación de la comida y el fuerte arraigo cultural a la creencia del retorno de la Muerte.
Quizá lo más interesante sean los colores, esa gama
brillante/deslumbrante de tonalidades vivas, que, irónicamente, reflejan
alegría por algo que se encuentra muerto.
Los olores son una experiencia por demás aparte. Los altares
recién montados, las flores y frutas que cuelgan por doquier. La humedad de lo
vivo que se ofrece como ofrenda a los
muertos.
La firme creencia de ese puente atemporal que une nuestro plano de existencia con el siguiente, con
los siguientes, con lo que sea que exista más allá de la Vida, y de la Muerte.
Cada año me entretengo, detenido delante de los altares,
para sacar la cámara fotográfica y captar el alma, la esencia de esa
composición material, conceptual y visual, que encierra mucho de nuestro
espíritu mexicano.
El sueño de toda la vida es viajar a la Sierra durante el
primero de Noviembre, y poder ser testigo en primera línea y en primera
persona, del juego de colores, de figuras, de sombras, letanías y de platillos
y olores, que definen esa fiesta llamada Xantolo,
para poder contar de viva voz a los espíritus que no hayan venido a la Tierra,
cuando muera, que existe Vida tras la Muerte, en ese plano de existencia
terrenal donde aún existe esperanza de rencuentro, celebración y fiesta.
Escucho:
Portable televisión / Death Cab for Cutie
First in line / Candy Dulfer
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