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viernes, 22 de septiembre de 2017

Naturaleza, Arquitectura y Metamorfosis

'No podemos perder la Fe en la Humanidad,
porque también somos seres humanos'.
Albert Einstein.
—¿Y qué sucede con la Arquitectura, señor?

Largos ratos en la comida, platicando con mis hermanos y mis padres. Largas charlas con mis padres, en solitario, sobre todo con mi madre, intercambiando ideas y hablando sobre temas de alcance profundo. Son los momentos que más recuerdo de mi vida, en estos recientes días: las charlas largas, los diálogos interminables.
Es por eso quizá que, cuando salgo a recorrer mi república, paso tanto tiempo dentro de los edificios antiguos y las ruinas: para dialogar con ellas, para aprender de la Vida. Como arquitecto, siempre me apasionó su lenguaje y su alto poder, de origen simbólico. Agradezco a Dios por permitirme hablar esa lengua tectónica con alma humana, y poder experimentar en el Silencio, las más bellas y valiosas sensaciones estéticas y espirituales.

Ya no tengo estudiantes a mi cargo a quienes guardarles respeto, o por los cuales medir mis pensamientos, o cuidar la profundidad o naturaleza de mis diálogos, o mis textos, no por lo grosero o lo coloquial que éstos sean, más bien por las verdades que encontré en la Vida y en la Arquitectura durante los últimos dos años, algunas de ellas que contradicen a lo que debía enseñar estando en las aulas, o simplemente porque herían los egos inflados que los arquitectos poseemos, y que, desgraciadamente, también enseñábamos en los espacios académicos. Abandonar todo ello debo confesar fue una pesada carga que hoy aligera mi espalda.

No recuerdo si compartí las fotografías de esta nota antes. Las elijo, porque representan la esencia de mis palabras, no por la referencia directa a la que alude el texto, que quede claro.
Esta tarde, tras las primeras horas de un sismo que arriba exactamente treinta y dos años después, para enseñar a una nueva generación, la cruda Verdad de la Vida, es que me tomo el tiempo de escribir esta nota.
Duele el dolor humano que ha dejado un evento por demás natural. Las imágenes y las actitudes humanas han rasgado el corazón, en el buen y en el mal sentido de la palabra. En sólo minutos, mi estado ha pasado de la agonía y la sorpresa, a la alegría y la conmoción, terminando en la incertidumbre y el llanto, pasando por la frustración y la impotencia.

Es increíble que tras haber superado la primera impresión de la desolación y el sufrimiento humanos (de los que no hablaré en esta nota, por respeto a los afectados y las víctimas) viene la destrucción, y la pérdida de nuestro patrimonio.

El primer vídeo que destrozó (de nuevo) mi alma tras haber recuperado la calma al presenciar lo inmediato, fue aquel donde las torres de una iglesia, en uno de los lugares más representativos y bellos de México, ven volar sus cúpulas, que caen hechas pedazos al suelo, que aún se sacude indiferente unos segundos más, tras el pasmo de los visitantes de ese sitio.
Como esa construcción, docenas más habían colapsado en el sismo anterior, a lo largo y ancho del territorio suroeste de mi país.
Y qué decir de las construcciones, civiles y religiosas, todas ellas, que colapsaron tras el movimiento de la tierra en diversas ciudades, localidades y pueblos.

Como arquitecto, me enfoco que quede claro, para el solo efecto de esta nota, que no toca el sufrimiento (físico) humano en las edificaciones que ganaron su mérito por sus siglos de pie, por ser protagonistas de la Historia, por contener hechos, eventos, símbolos y valores sociales y humanos que, en muchísimos casos, fundaron o definieron las comunidades, las ciudades, así como fragmentos de nuestra Identidad como seres humanos pertenecientes a un determinado país.
Siglos y siglos de Historia, contenida en muros, techos y ventanas, hecha pedazos en sólo un par de minutos.
Duele porque un pedazo de nosotros mismos ha muerto ahí, también.

Como arquitecto ha sido primordial para mi viajar, conocer, visitar y recorrer espacios arquitectónicos y complejos urbanos desde siempre, no porque sea parte de una elite profesional o se trate de un lujo o acción sacra destinada únicamente para las personas cultas e iluminadas como lo son los arquitectos (de acuerdo al bagaje cultural que tuve que tolerar en la Academia, donde se le enseña al estudiante nuestro papel primordial en el desarrollo de las sociedades, como figuras preparadas cognitiva y culturalmente, afortunados de ser quienes somos, como piezas valiosas de la sociedad). Viajar me ha hecho forjarme una entereza humana, una fortaleza espiritual que me llevó a reunir las fuerzas necesarias para abandonarlo todo cuando mi Salud me ha puesto a prueba, y la Enfermedad ha transformado por completo mi manera de entender y vivir la Vida.  

Y ahora, tras esto. ¿Dónde queda la figura del arquitecto, mientras muchos de los espacios más valiosos y simbólicos de los pueblos, de las ciudades y de una nación, se han venido abajo? Ni todos los arquitectos juntos podremos jamás reconstruir o restituir más bien dicho las piezas del pasado, de nuestra Identidad, que se han perdido, que se han roto al caer las estructuras y el Arte contenido en ellas.

Duele mirar los restos de bellos espacios arquitectónicos tendidos y regados en el piso, que sólo hasta minutos antes, eran referencias de fuerza, reconocimiento e Identidad humana y social en diversos grados y niveles.

Duele porque ya no se podrá visitar, conocer y recolectar las piezas de la Historia, la Cultura, las tradiciones y los valores humanos que las personas siempre confirmaban detrás de las paredes, o delante de ellas, en edificaciones hermosas, útiles, valiosas, y o simplemente representativas o perennes, y que, lejos de engrosar conocimiento o Cultura, para mí por lo menos, representaban una bendición de Vida, al reencontrar piezas de mi propio espíritu, regadas en el juego de las luces, las sombras y los recorridos de tal o cual estructura, confirmadas por el paso milenario de personas, a las que observaba pacientemente, tratando de dialogar con el Espacio, a través de acciones, rutinas, sacramentos cotidianos que dotaban de Vida y significado a la existencia humana. Duele porque estaba convencido de ello, una parte de mi recuperación sería contar con esas piezas para reconstruir mi alma.
Hoy, dos sismos han dejado una profunda fisura, un vacío más allá de la tierra abierta, la muerte humana, la destrucción masiva o la herida infringida en una memoria colectiva.

Duele la metáfora de entender bajo el yugo del sufrimiento social, que la frágil presencia humana al igual que todas sus frágiles creaciones debe pasar por la desaparición y la Muerte. Tal vez con la Arquitectura la Humanidad consiguió momentáneamente burlar al Tiempo, y perdurar por siglos. Duele porque ahora comprendo que un arquitecto no te hace un ser humano diferente al resto, y porque, en tus capacidades, cualidades y dones, no se encuentra el poder de recuperar y devolver las piezas de alma que las personas atesoraron durante años, décadas o siglos, y que han perdido en cuestión de instantes. Ambas cosas ahora lo comprendo dolorosamente no te corresponden.

¿Qué hago aquí, entonces?
¿Qué se puede enseñar en la Academia, a los estudiantes que pretender ser arquitectos, después de algo como esto?


Alguien me dijo hoy tal vez en son de broma, sin ninguna intención específica, pero con un agrio sabor a Verdad, ahora que lo analizo a fondo que me había retirado a tiempo.

Leí en alguna parte la porción de texto que rezaba que la Naturaleza no asesina seres humanos, más bien lo hacen los edificios. ¿Quién los ha diseñado, al término del día? Una amiga, hoy por la mañana, decía algo que me pareció más que una coincidencia o broma del Destino. ¿Un sismo, despistado y azaroso, en verdad llegó exactamente treinta y dos años después de un primero que destruyó ciudades enteras? Y el del presente pareció aparte ensañarse con edificios religiosos a lo largo de la sierra y los llanos del suroeste.
¿Y qué decir de los espacios civiles y cotidianos que se derrumbaron, llevándose consigo la vida de seres humanos?

Duele la analogía de la Arquitectura, esa parte del espíritu humano, la que albergaba nuestro bienestar físico, que ha sido trastocada y derruida por fuerzas naturales. Duele la contradicción de mirar que el espacio físico y artificial creado para brindarnos confort y seguridad, no puede sino expresar nuestro fracaso al intentar mantenernos a salvo de la Naturaleza.
¿Qué nos enseña esto? Alguien dijo que treinta y dos años acontecieron no me agrada pensar que en vano.

Hay mucho por hacer, por reconstruir, por revalorar y por transformar.

Antes de enfocarnos en reconstruir de nueva cuenta, debemos aprender a mejorar como personas, a transformar nuestra realidad (externa e interna). Al fin y al cabo, ser consciente, empático, y maduro espiritualmente, no lo enseñan las escuelas, las universidades o la Academia, sino eventos que concluyen, minimizan, o destruyen nuestros esfuerzos por mantenernos tercos en existir de maneras que hoy vemos, son negligentes y caducas, y que superan por completo la ilusión de que nos mantenemos haciéndolo todo correctamente.

Escucho:
Sarah | Lesson learned || Ray LaMontagne
Love´s divine | Waiting for you || Seal

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