Hace unos días, Jesús
Grajales compartió conmigo una nota digital
en torno a la educación aplicada a la Arquitectura.
A varios años de haber sido coordinador de un proceso de rediseño de un plan de estudios dentro
de un programa educativo centrado en Arquitectura,
puedo compartir mi experiencia, y decir que me familiarizo con varios de los
puntos expresados en el texto.
El plan rediseñado no ha entrado aún en vigor, pero desde
que lo finalicé, y aún, un par de años antes de la conclusión de dicho plan, me
impuse la tarea de aplicar los principios y directrices que lo conformaron, en
los grupos, y con los estudiantes a mi cargo.
En primer lugar, considero indispensable el planteamiento de
una herramienta de evaluación de los aspirantes a esta carrera. Los años de
experiencia me han dictado que las universidades cometen un serio error al permitir
que los exámenes escritos –que sólo valoran simple acumulación de
conocimiento– sean las herramientas
que decidan la vocación de los futuros estudiantes de Arquitectura.
A último minuto, tristemente, las autoridades
institucionales, responsables de la aplicación directa del plan sobre el que
trabajamos, decidieron eliminar la estrategia de evaluación de las capacidades,
habilidades, y aptitudes de los aspirantes, en pos de mantener una matrícula de
ingreso ancha y constante. Adiós a un
propedéutico de evaluación diagnóstica.
En realidad –imagino– las instituciones educativas en
general menosprecian esta estrategia, y consideran una pérdida de dinero y
recursos, a la elección minuciosa de sus futuros estudiantes.
Deplorable, pero cierto.
El apartado de la especialización,
tampoco es bien recibido por los catedráticos de los diversos programas
educativos. Ellos lo miran dentro de una peligrosa perspectiva que pone en
riesgo su estabilidad profesional, y que les obliga a mantener constantes
procesos de actualización y
concentración de actividades académicas y profesionales, en torno a una meta y
disciplina o tópico específico. Tristemente, la mediocridad es el pan de cada día, y –en muchos de los casos– de
cada uno de los espacios que conforman nuestras aulas de clases.
El tema de la Arquitectura
virtual es delicado. Yo soy aún de los que defiende la perspectiva del
dibujo a mano, no por lo romántico de
la idea, sino porque en verdad, los arquitectos que se desenvuelven en
ambientes virtuales, pierden por completo el aspecto técnico, constructivo y humano, dentro del proceso de diseño. En
el último congreso de Arquitectura visitado, con frustración fui testigo de las
presentaciones de arquitectos de renombre, integradas en un ciento por ciento
de increíbles [e imposibles]
panorámicas espaciales virtuales, que
nada tenían que ver con la cultura y el paisaje natural o artificial del
contexto circundante. Se vende –sin embargo– la idea del `render´ como
el futuro asegurado de un arquitecto de éxito.
Es tan simple: al final, el trabajo a mano, fuerza a la
mente a mover extremidades de nuestro cuerpo, en oscilaciones armónicas, que
desdibujan por medio de nuestro ser entero, aquellas ideas que se conciben en
lo más profundo de nuestro pensamiento, y de las que nos apropiamos a través del
proceso de verlas traducidas cinéticamente
por medio del movimiento del lápiz, o cualquier aditamento físico de dibujo y
boceto. Así trabaja la mente de un arquitecto. Movimiento es vida, y la manera de apropiarse de ella es mediante el
movimiento y la reinterpretación, perpetuos.
Las nuevas estrategias didácticas –considero– deben
centrarse en el proceso de reinterpretación
cognitiva del estudiante, dentro y fuera de su propio proceso de diseño. En realidad, más de la mitad [y
me quedo corto con esta imprecisa cifra] de las universidades, lejos de formar
arquitectos de excelencia, sólo consiguen crear mediocres aspirantes a arquitectos,
incapaces de reinterpretarse, reinventarse, e incluirse en las circunstancias
reales de los contextos donde habitan, y con quienes interactúan a diario.
El último punto que trato es la inclusión dentro de los planes
de estudio de programas de tutorías, de salidas académicas dirigidas, y de
acercamientos verdaderos a ambientes con necesidades sociales insatisfechas.
Sobra decir que los catedráticos no tienen tiempo, deseos, o intenciones de
compartir `nada´ con el estudiante, y más si hablamos de aspectos humanos que
atañen a nuestras vidas privadas y personales. Cientos de estudiantes requieren
ser guiados en dos vertientes: cómo
enfrentar los retos profesionales, además de comprender y saber cómo orientar sus circunstancias individuales, en
pos de objetivos personales y profesionales. Simples conflictos familiares,
psicológicos, o aspectos triviales, logran destruir el futuro de miles de
aspirantes a arquitectos.
Me atrevo a declarar que conocimientos de auto valoración y auto evaluación, además de aspectos de superación personal –como
la Metafísica y el colapso cuántico– serán indispensables dentro de los
programas educativos en general, durante los años venideros.
Si el futuro arquitecto no resuelve tres tiempos en este
estricto orden: su propio yo, el ambiente que le rodea, y las mentalidades sociales que demandan sus
servicios, está destinado al fracaso.
Lo más triste es que hemos estado destinados al fracaso
desde hace varias décadas.
Una panorámica cruda, pero cierta.
Texto inspirado por nota
publicada en la siguiente liga:
http://www.portavoz.tv/2013/08/26/la-formacion-del-arquitecto-en-mexico-en-el-siglo-xxi/
Escucho:
Shenzou /
Steven Price
Gracias a Jesús
Grajales por compartir la nota, y hacerme escribir, de manera sutil, mi
opinión al respecto.
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