Llegando al despacho, por la noche, en un ambiente fresco
post lluvia vespertina, me topé con este pequeño amiguito.
Cuando era adolescente, tuve por mascota –junto con mi hermano menor– una rana, que vivió con nosotros poco
más de cinco años.
Fue una experiencia indescriptible, que motivó en
sobremanera el respeto por la vida silvestre y sus habitantes. Cuidar de `Ana´ –nombre con el que la bautizamos– fue increíble, para mi imaginación y
desarrollo dentro de mi pubertad.
Recuerdo que podía pasar horas mirando a Ana, mientras perseguía a las moscas que
cuidadosamente le dábamos dentro del amplio recipiente donde vivía.
En el ocaso de hoy, cuando arribé al despacho, me acerqué
cuidadosamente al pequeño anfibio que graciosamente brincaba a lo ancho del
patio de acceso. Cuando me vio, permaneció quieto, mirándome detenidamente.
Lo más sorprendente fue que se dejó fotografiar libremente,
con la luz de la cámara delante de él, posando y saltando en círculos para
poder obtener interesantes tomas.
Tras algunos minutos, ambos sentados, y yo moviendo la luz
delante de la rana fotogénica, ésta me miró, y con saltos decididos se hundió en
la oscuridad del rincón del fondo del patio.
Había sido suficiente.
Agradecí que se tomara el tiempo para permitirme charlar con
él [o ella, la verdad no lo supe], mediante movimientos, miradas, y silencios compartidos.
Es genial convivir, compartir un rato entre dos especies tan
distintas, diametralmente opuestas, y lograr una serie de imágenes que no obtendría
en ningún otro set de circunstancias.
Una extraña conversación fue ésta, en definitiva.
Escucho:
Path to
Heaven / An understanding // Harry Gregson-Williams
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