Observar, ser paciente, y admirar
una imagen, un momento, un instante, es algo que hacemos desde hace mucho. La
fotografía es –por lo tanto– una de mis pasiones.
Un buen fotógrafo es paciente,
espera, aguarda, permanece observándolo todo, mirando como las piezas se
colocan en su correcto sitio, para –si
se tiene la fortuna– obtener en su
pupila [y en el lente de su cámara] la imagen hermosa por la que aguarda.
Cuando el trabajo –o el resto de nuestras facetas– nos lo permite, nos damos tiempo para
acariciar la cámara, y vagar por el mundo obteniendo docenas de tomas.
Gracias a Fernando Vargas por la invitación. Por permitirme reencontrarme con
la pasión fotográfica olvidada. Y por romper la rutina, y recordar por lo que
realmente vale la pena luchar en la Vida.
A veces lo olvidamos, o nos
mantenemos ocupados sobreviviendo, que simplemente dejamos –literalmente– de
observar lo valioso que tenemos alrededor de nosotros.
Familia, amor, cariño de padres y
hermanos.
Una tarde helada, con algunos
inconvenientes –algunos insalvables,
otros no, y otras circunstancias que debían vivirse–, pero con hermosos momentos que retratar.
Tras horas de movimiento, de
perseguir las luces [si alguien algún día desea hacerme un obsequio: un flash
con carga infinita, será bien recibido], de sacar docenas de tomas… Lo conseguimos.
Todo fotógrafo, en cada una de
sus sesiones, posee siempre una toma, una imagen que se convierte en su
favorita, en ese cúmulo de circunstancias visuales que sintetiza la experiencia
plena de la sesión misma.
Es la toma que compartimos con
ustedes esta tarde.
Agradezco a la familia Vargas Naranjo por la calidez, y por
compartir su Luz como familia.
Escucho:
The dogs / Moby
Praying for time / Through // George Michael. Taken from Symphonica
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