Los primeros acordes de la
melodía `Colors´, con la que abre el
álbum de Beck (Hansen), me hicieron
saber al instante que el disco completo sería de mi agrado.
El único que había podido lograr
semejante hazaña era Moby, con dos
álbumes: `Play´ y el subsecuente `18´. Era como si ese puñado de melodías
fuera algo con lo que ya nos sentíamos identificados, casi en sentido familiar.
Vamos, como si el disco hubiera estado con nosotros media vida antes de
escucharlo por primera vez, si es que me entienden.
Me hice fan de este chico, Beck,
relativamente en tiempos recientes. Hablo de cuando sorprendió al mundo adjudicándose
el premio Grammy a mejor álbum del
año dos mil catorce.
Ya lo había escuchado antes,
muchísimo antes, en aquel lejano dos mil,
con el primer sencillo de su proyecto Midnite
Vultures, que me pareció por aquel entonces, una bizarra combinación de
géneros, incluido el rock & roll
y la música electrónica, que sí,
llamó mi atención poderosamente.
Pero ya me he parecido hasta aquí
a esos escritores de novelas contemporáneas que tardan cinco capítulos en
presentar al protagonista de su historia, así que iré al grano.
Colors me ha parecido una obra de arte, un gratísimo golpe de
suerte y de talento. No me malinterpreten, Morning
phase me pareció (y me parece) un excelente álbum. Dudé al mirarlo
imponerse sobre el Girl, de Pharrell Williams, pero al correr a
comprarlo y escucharlo de una sola vez (como siempre ocurre un día después de
la gala del Grammy, no porque escuche
el álbum ganador, sino porque siempre compro antes el que siempre pierde),
identifiqué que era un álbum digno de ganar. Maduro, serio, repleto de esa
Melancolía que me dominó durante meses, y al que siempre regreso cuando
requiero reflexionar profundamente y encontrar una razón existencialista en mi
vida.
`Colors´ es –irónicamente– algo
completamente distinto, opuesto, el camino que Beck no debió haber tomado jamás tras grabar Morning phase, y que termina siendo el mejor –quizá– golpe creativo
que ha atestado en los últimos años. Recuerdo aún el caso de Arcade Fire, quien, tras ganar el mismo
premio, expresamente la misma categoría con The
Suburbs (otro álbum que terminé yendo a comprar, con más velocidad, porque
en la tienda de discos local a la que voy sólo arriba un disco de cada hit
alternativo, indie, bizarro, ganador
del Grammy, o como sea que quieran llamarle), grabara tiempo después el sucesor
de semejante logro: Reflektor, que,
aún contando con la honorablísima colaboración de Sir David Bowie, no fuera siquiera considerado en la terna de mejor
álbum de algo, en el año en turno.
En fin, Colors es un álbum
repleto de ese ambiente, entre rock,
sintetizadores, cajas de ritmos, guitarras y ambiente electrónico (todo usado
con exquisita moderación) que termina sonando a una contemporaneidad increíble, y derrochando un optimismo que cala
hasta los huesos más difíciles de roer (vaya, ese chiquillo güero es todo un loquillo).
El tendero de la tienda de discos
local, dijo literalmente (entiéndase
que uso la referencia como cita, por la imponencia y parsimonia de la ocasión): apenas
llegó ayer, y ya se acabó. Comprendiendo que quienes le compran discos,
saben de Música y adquieren álbumes que son dignos de escucharse.
Como sea, el álbum lo he
escuchado ya tantísimas ocasiones desde que me lo entregaron, que he terminado
con él de fondo, la lectura de un pomposo libro de trescientas y tantas páginas
que amenazaba con vivir en nuestra cómoda de noche y de día, unos diez u once
meses. Imaginen nada más la influencia de este disco en nuestra vida.
Un álbum que contiene
inimaginables y riquísimas canciones, en ritmos, ambientes y falso minimalismo (porque en realidad la
producción se mira harto complicada y perfecta), que cada melodía podría ser el
inicio de todo un álbum completo y diferente. No sé por qué, pero al escucharlo
me ha venido a la mente el Magical
Mystery Tour.
Curiosa idea, ¿no lo creen?
Imagen segunda, tomada de la liga:
Escucho:
Colors (album) | Beck
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