Imágenes que guardábamos en las
profundidades de la memoria digital extraíble.
Porque la Vida me hizo
comprender, de la manera más difícil, que el tiempo de existencia individual no
es eterno, ni mucho menos concuerda en la realidad con las proyecciones que te
hagas de él en tu propia vida.
Las imágenes, fotografías y
panorámicas se irán desempolvando paulatinamente, mientras nos adentramos en
las hondonadas, los recuerdos, las memorias de los viajes, de las travesías,
encontrando momentos inéditos de los que hablamos o escribimos de manera
oficial, pero cuyos fragmentos, enfoques o ángulos, más íntimos y personales,
quedaron resguardados sólo para la contemplación personal.
Se ha hablado ya que los libros
que nos prometimos a nosotros mismos, han comenzado a escribirse. El proceso es
lento, y requiere de mí, paciencia como nunca antes. No me interesa pensar en
que si tendré la Vida. Paciencia tengo, y en la travesía hacia las
profundidades de mi alma, encontraré material y fortaleza para continuar
desarrollando las historias y los proyectos.
Quiero compartir estos instantes
personales. Al final –así lo
entiendo– son fragmentos de mi
propia vida que terminan de definirme. Las partes ocultas, en ocasiones arrojan
más luz sobre ti, que las partes evidentes que decides expresar abiertamente.
En la imagen que acompaña a esta
nota, la larga espera me hizo capturar instantes, precuelas de la gran imagen
buscada, a lo largo de las largas horas en cuclillas, acechando, observando,
calculando. La Vida –descubrí– transcurre en dos tiempos: uno material, y otro espiritual, como lo muestran estos hermanos. Integrantes de una
familia de tres generaciones, cada tarde danzan en la plaza principal de su
ciudad natal, representando ellos –sin
imaginarlo o saberlo siquiera– fragmentos
que perpetúan la Historia de una cultura (que era lo que yo buscaba). La
espera, sentado, ora en el piso, otras veces semi flexionado, o en la fuente
central, me hizo formar parte del tiempo espiritual de dicha familia. El mundo
parece detenerse, acontecer a un ritmo diferente. No coloqué los audífonos en
mis oídos, a través de los cuales fluía la Música, por temor a romper ese ritmo
delicioso, separado, dentro de otro plano de existencia. Me limité a sentarme,
observar. Y aguardar.
Irónica la Vida, ya que semanas
después, en casa, yo mismo despertaría con una afección en las profundidades de
mi cuerpo, que me hizo detenerme y llorar en silencio, haciendo los cientos de
cuestionamientos en torno a las razones de mi sufrimiento, extrañando ese largo
momento, detenido en el Tiempo, mirando la danza mágica que fotografié, y su
contexto, observando a la Vida, ajena, externa a mi ser, aconteciendo en piezas
exquisitas de Eternidad.
Fue el primer paso para detener
mi vana existencia, romperla furioso, e intentar comenzar de nuevo, no
importara que fuera demasiado tarde.
Así las cosas.
Así los recuerdos.
Y las memorias.
Escucho:
Square one | Beck
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