Dos noches atrás escuché tu llamado. No utilizaste el teléfono, el correo electrónico ni el mensaje de texto vía móvil. Simplemente sentí tu necesidad de hablar conmigo.
Hoy me presenté, sólo para darte un cálido abrazo, un beso, y hacerte saber que me encuentro bien y que no necesitas sentir más culpa por lo que haya sido -o lo que será- de mí.
Te agradezco porque, además de eso, me regalaste una fracción de tu preciado tiempo, para escuchar lo que yo tenía que decirte, y escuchar yo a su vez eso que guardaste contigo y que oprimías contra tu corazón desde hace tanto tiempo… tanto, que no recordabas cuánto había transcurrido desde entonces.
Gracias por ser mi hombro, mi basamento, por ser ese pilar sólido que me sostiene. Te agradezco porque -hoy lo he descubierto con algarabía- siempre has sido ese ángel que Dios puso en mi camino para escuchar sus cálidas y divinas palabras, aprender su doctrina, y ayudarme a ponerla en acción, y aceptarme a mí mismo cual soy en realidad. Ha sido un proceso que ha tomado demasiados años, tiempo en que -sin falta o excepción- estuviste a mi lado para abrazar mi cuerpo, besar mis mejillas y mi boca cuando todo parecía perdido, y yo me hallaba en el más oscuro de los abismos.
Te doy las gracias por tu amor, por tu cariño, por ese sentimiento fuerte que nos une más allá de una presencia física. Gracias por mirarme hoy a los ojos, y permitirme decirte todo lo que por ti siento y que no podrá cambiar jamás.
Soy afortunado. Me hallo agradecido con Dios por estos días. Contados momentos que vivo con el corazón en la mano, latiendo, alimentándose del amor de tantas personas con las que cuento, y que han sido la fuerza y la luz que me devuelve al camino brillante y cálido.
No le tengo miedo al cambio. No temo el abandono. No huyo más de la soledad, porque he estado ahí y he aprendido a vivir a su lado, juntos, como iguales.
Anhelo tu compañía. Tu cálido cuerpo, tu energía, tu abrazo y tu cariño eterno.
Gracias doy por el tiempo que permites alimentarme de tu fortaleza y tu espíritu, que esta tarde ha reclamado mi presencia.
Gracias por existir en mi vida. Agradezco lo que por mí sientes, y lo tanto que por mí, te preocupas…
Pero sé feliz. Vive tu vida. Deja de sentir culpa por aquello que fue, que sucedió, y que trastocó nuestras existencias. Deja el pasado atrás y mira de frente tu Destino. Ese camino sublime que Dios y tú trazaron magistralmente para ti antes de venir a esta Tierra.
Yo sólo soy una compañía en tu camino. Ente que acordaste reencontrar aquí, pero que está presente sólo para recordarte lo que en realidad eres, y que te anima a continuar adelante en tu eterno andar.
Sueña, imagina, alza las alas y emprende el vuelo hacia aquello gigantesco que serás…
Y algún día volveremos a vernos, y hablaremos de tantas cosas, incluyendo esta charla vespertina. Nos reiremos de lo que dijimos en ella, al ver cumplidos nuestros más grandes anhelos y ejecutado todas nuestras misiones personales.
Te amo.
Sólo eso. Porque ésa es la fuerza que nos une, y que nos permitirá convertirnos en seres humanos plenos, iluminados por siempre por la esperanza.
Ten fe. Vive con esa fe. Ten fe, y el Universo proveerá de aquello que más necesites.
Hoy sólo necesito un abrazo. Y uno de tus besos, para, después, continuar mañana con la lucha que hará de mí, una mejor persona, una que confirmará, al término de sus días, estar sumamente orgulloso y agradecido por haberte encontrado en mi camino.
Fotografía: Chavo Téllez.
Escucho: The dance / Dave Koz.
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