Llevo nueve días desayunando
emparedados de papas, las que se venden en las bolsas metalizadas. Era un sueño
que tenía de niño, que, cuando fuera adulto, podría desayunar lo que yo
quisiera. Y siempre quise desayunar emparedados de papas, con mayonesa.
Porque ser adulto es complicado,
y las circunstancias allá afuera sólo me han traído frustración y tristeza, así
que, antes de dejar de desayunar –poco
me faltaba para dejar de hacerlo–
decidí hacer algo que siempre deseé hacer cuando fuera adulto.
Así que, sentado, masticando los
crujientes bocados en mi boca, he disfrutado aplastando con ambas manos las
tapas del emparedado, sólo para sentir cómo crujen las piezas debajo de mis
manos, y sonreír al experimentar esa divertida sensación.
No me importa si es saludable o
no, acompaño el desayuno con un vaso de jugo de naranja y un vaso de leche
endulzada con miel, y me tomo al final la vitamina que me recetó el médico para
la enfermedad de la sangre que nunca he terminado de entender. A veces, me
preparo un segundo emparedado de crema de avellanas, para abrir el día.
Porque olvidamos todo lo que de
niños soñamos. A veces es grato llevar estos sueños a la realidad, y darnos
cuenta que no son ideas descabelladas, y que son perfectamente coherentes con
las ideas y vidas de los adultos en quienes nos convertimos.
Imagen tomada de la liga:
No hay comentarios:
Publicar un comentario