`Phil Coulson no se
rendirá
contigo […].
No puedes elegir
a quien le importas.
Y Coulson, tiene más corazón
que muchos´.
Melinda May.
Más de doce meses atrás, mi
perspectiva de vida se vio trastocada, de maneras que no comprendí de forma
inmediata, pero que afronté lo mejor que pude, tomando decisiones que –sabía– transformarían no sólo los meses inmediatos subsecuentes, sino mi
existencia entera.
Hoy, veo mi situación, y mi Vida,
completamente diferentes a lo que alguna vez imaginé. ¿Peor? ¿Mejor que antes?
Sólo deseo decir que comprendo de
manera directa, profunda, con la claridad de no perder el Tiempo. No tengo ese privilegio. He convivido
con muchas personas, en todos los sentidos, y todas ellas me han enseñado
lecciones, de todo tipo. He reído, me he frustrado, he llorado. Jamás arrepentido.
Soy de las personas que gusta de
charlar, de conocer, de establecer relaciones humanas en cualquier sitio donde
laboro, habito, visito o conozco. Suelo observar y aprender de lo que veo,
escucho, de las circunstancias que me rodean.
Escribí en varias ocasiones el
personal sentir, el miedo y la ira despertados por la incomprensión, la
incapacidad de no poder detener las circunstancias, y de ver reducida la
expectativa del logro de objetivos individuales, de metas y proyectos
personales.
Tomé decisiones que nadie más
tomaría, o esperaría. Invertí en lo que creí pertinente y adecuado acorde a mis
recursos, expectativas y condiciones físicas y espirituales. Perdí en esa
apuesta de la Vida, y no gané sino más condiciones riesgosas y de reto.
Abandoné la plataforma segura y estable que creí que siempre había deseado, y
abordé en el andén de la Incertidumbre y los proyectos nuevos, jamás
imaginados, y, por lo mismo, desconocidos, sin tener una idea de cómo comenzar
a abordarlos y materializarlos, con ambos lados de la balanza: personas de quienes recibí guía, consejo y
apoyo, y quienes no creyeron en lo
abordado.
Gracias.
A quienes estuvieron ahí, en
todos los sentidos y ambientes. A un año de distancia aprendí a perder miedo al
riesgo, a enfrentar el miedo a morir y no estar más con aquellos a quien amo,
mi familia, y quienes no lo son, pero que han representado pilares de sostén
cuando me he caído, anímica y corporalmente. Disfruté todo lo emprendido, los
proyectos, las asignaciones, las actividades y los objetivos, individuales y en
grupo, algunos de los cuales había soñado, y otros con los que no estaba seguro
o deseoso de enfrentar, pero que sabía, serían un reto que podría traerme un
revés en mi existencia. De todas maneras, si la Vida me retiraba expectativas en
relación al Tiempo en esta Tierra, valía la pena correr el riesgo de perder
cuando ya sentía que no podría anclarme en la idea de ganar.
Aprendí a creer en lo que no
puede verse, a confiar en lo inexistente, y a sentar las bases en aquellas
habilidades que sabes que posees, pero que tienes miedo, terror, coraje o enojo
de sacar a flote, y permitir que reestructuren tu vida, primero dotándola de
dolor y sufrimiento, para después, una vez que lo has asimilado, luchar por
convertir ese duelo en una lección, en una oportunidad de ofrecer algo de valor
a quienes te rodean. Lo que la gente jamás te explica, ni en las universidades,
en tu familia, o en las calles de la Vida, es que las lecciones más grandes,
las que realmente valen la pena, vienen tras el odio, el rechazo, el revés de
quienes en un principio pensaste que estarían contigo. Al final del día, te
encuentras solo, y debes aprender que no importa cuánto odio sientas, tuya es
la decisión de tomar ese odio en tus manos, y desmenuzarlo en los momentos más
pequeños e insignificantes, hasta que comprendas que ese odio es parte de ti,
no de los demás, y que los has responsabilizado de una decisión que has tomado,
o quizá no tomaste, pero que es momento de arreglar, antes de que todo llegue a
su final.
Me arriesgué, sí, y atesoré
momentos buenos, hermosos, no importa que hoy parezca que he perdido amistades
y piezas de mí. Todo lo que hice, lo hice por el deseo de ayudar, de acercarme
y aprender de quienes me rodean, y sentir que mi vida ha valido la pena.
No hay rencor, ni miedo, como
hace doce meses los había. Miedo a llegar al final de un camino. ¿Qué puede ser peor que concluir un viaje y
darte cuenta de que has desperdiciado las oportunidades que se te brindaron, y
que decidiste no arriesgar ni la mitad de lo que tienes, por la limitante del
dolor, de la furia, del prejuicio?
Gracias a quienes han estado. Me
enseñaron a salir del cuarto oscuro donde me encontraba, y reír a pesar de la
lluvia, el frío y la resistencia al cambio.
La fotografía que abre esta nota
fue tomada hace algunas horas, y me arrancó las lágrimas, porque la tomé al
lado de una persona que compartió conmigo lo más valioso que posee como ser
humano. Toda tu vida te preguntas si eres digno de que alguien quiera compartir
algo contigo, y si realmente vales la pena como persona, porque existe siempre
el miedo de dañar a otros.
Concluiré rescatando la cita de
referencia de historias de cómics al
inicio de esta publicación, que –irónicamente– fueron las historias que le dieron
sentido y fuerza a mi vida cuando mi cuerpo cayó en picada hace algunos meses,
y, cuando después de ello, las circunstancias me llevaron aún más y más abajo,
hasta cerrarse la Luz por completo a mi alrededor, y mi cuerpo siguió cayendo,
hasta que decidí dejar de caer, y
reencontrar la cuesta arriba.
Hoy, me detengo, escribo estas líneas, y sigo adelante, porque alguien a quien amo, me dijo una Verdad inminente: `Estoy seguro que algo bueno tuvo que haber tenido en este año que acaba, y aunque fuese una sola cosa, elimina las cosas malas:
Sigue con Vida´.
Cuánta razón en ello.
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