Esta noche contemplo el cielo.
El brillo de la Luna,
Venus y Júpiter me ha quitado el aliento.
El manto nocturno es más que hermoso.
Imagino que puedo viajar millones de de años luz en sólo unos cuantos instantes, y volar a través del Universo,
mirando a las estrellas y a los planetas desplegarse por doquier, si lo deseo.
Una parte de mí -mi espíritu lo sabe- puede hacerlo.
La otra parte contempla desde esta Tierra.
Desde aquí, de pie, en la barandilla de mi departamento, que
mira hacia el oeste, no puedo sino
maravillarme de lo grandioso que es el Cosmos, y lo insignificante, a la vez
que majestuoso, que somos.
Me siento atraído hacia ese brillo incesante, peculiar, que
domina la oscuridad alrededor.
¿Cómo no sentirnos parte del Universo, del espacio sideral,
cuya inmensidad nos demuestra que somos más que simple Vida sin sentido, andando
sin dirección alguna?
Sueño despierto con las hermosas tonalidades, inimaginables
e imposibles, que deben dar forma al Cosmos, pintando panorámicas, mismísimas
expresiones de Dios en este y otros
planos de existencia.
En una noche como ésta, todo parece tan cerca, como si
estuviera interconectado, como si la distancia,
el tiempo y la materia, no existieran.
Como si no hubiera límite alguno.
Y el cielo continúa diseñando para mí, gratas reflexiones.
Imagen tomada de la
liga:
Escucho: A thousand years / Christina Perri
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