Hace un par de días tuve una experiencia que despertó en mí
la reflexión profunda.
¿Qué se requiere para
ser Arquitecto? Amplío la pregunta a cualquier profesión que involucre capacitación continua.
Como arquitecto, teniendo poco más de doce años de actividad
académica y profesional, fui testigo de un caso de revisión académica donde me vi obligado a
analizar cuidadosa y detenidamente las
cualidades necesarias para que un estudiante logre convertirse en
profesionista.
Tras una tarde de intensa discusión infructuosa con el
interesado en la revisión, comprendí que la mentalidad de la población en
general –incluyéndonos a nosotros,
arquitectos– guarda una serie de
ideas que hablan de cierto egocentrismo
e incapacidad de empatía con las
personas con las que tratamos, no sólo día a día, sino como prestadores de
servicios profesionales.
Las personas a las que servimos, por su parte, presentan una
idea equivocada, una serie de clichés y pensamientos consolidados, que
se relacionan con la falta de necesidad de un arquitecto, en cualquiera de las
intervenciones espaciales [me refiero
a diseño y construcción en cualquiera de sus vertientes o modalidades, y/o
niveles].
Un arquitecto debe ser capaz de salir de sí mismo, es decir, de afrontar con responsabilidad y flexibilidad,
las circunstancias que experimenta, y comprender dichas circunstancias desde
puntos de vista ajenos a él, y su
manera de observar y entender el mundo que le rodea, porque la solución se encuentra necesariamente en la adversidad hallada.
Estudiantes que desarrollan actitudes no flexibles, y no son capaces de abordar perspectivas
diferentes a las propias, deben cuestionarse seriamente su papel dentro de las instituciones académicas que
ofrecen programas de Arquitectura.
Una de las propuestas que hemos diseñado, y por la que
luchamos dentro de la institución académica donde se labora, es la inclusión de
una entrevista diagnóstica, una
herramienta de valoración de habilidades, capacidades y actitudes [valores] que permita al estudiante, y a
sus futuros profesores, conocer un fragmento del interior de los aspirantes a
ser arquitectos, y que tiene que ver con dos cuestiones esenciales: flexibilidad en el pensamiento y capacidad de comunicación en cualquiera de
sus niveles.
Es bien sabido que mentes que hoy consideramos brillantes,
como las de Antoni Gaudí o Frank Owen Gehry, experimentaron incomprensión y falta de atención en las unidades académicas en
las que estudiaron, porque sus ideas y su manera de comprender el mundo eran
diferentes, y visionarias.
No malinterpretemos
las cosas.
La existencia de conocimiento
y talento creativo, nada tiene
que ver con la actitud y los valores de un arquitecto.
Al término del día, al vislumbrar actitudes muy diferentes a
las esperadas, dentro de una simple revisión académica de un estudiante de un
programa educativo de Arquitectura, comprendí que los aspirantes, y los
actuales estudiantes de la carrera, poseen ideas no acertadas de lo que la Arquitectura
representa.
Los problemas reales, que generan campos problemáticos que deben ser abordados por los programas
educativos, confirman que los arquitectos egresados, no satisfacen las
necesidades sociales de las comunidades, precisamente porque su valor y sus motivaciones intrínsecas, no tienen relación alguna con los
requerimientos de las personas, por lo que, finalmente, no se logra el objetivo
de encontrar en la figura del arquitecto, una necesidad en sí misma.
Un buen arquitecto se consolida por el paso del tiempo, en
un desarrollo lento, y pausadísimo, donde se observa un crecimiento profesional
y humano paulatino, que no tiene que
ver exclusivamente con la adquisición
de conocimiento –irónicamente, somos
una de las carreras donde la actualización del conocimiento adquirido permite
períodos larguísimos de tiempo, no comparados con la vertiginosidad del avance tecnológico
o médico, por poner algunos ejemplos–.
La madurez exige
un precio muy alto, que obliga al avance psicológico
como sinónimo de progreso intelectual,
cosa que sólo se da con el lento y paulatino paso del Tiempo [incluyendo
miles de adversidades y obstáculos, más que logros y éxitos] metáfora de la lentitud –con presencia de la seguridad– que representa un proceso constructivo para su materialización,
que cuesta una fracción de recursos –y de Vida– del usuario futuro del Espacio.
Concluyo que, para un estudiante, o aspirante a ser
arquitecto, el manejo de conocimiento y habilidades con maestría, jamás te hará
un arquitecto, si no consideras que tan dispuesto estás a invertir una fuerte fracción de tu Vida, y una
mediación de tus ideales, con la realidad injusta
y adversaria que te define, y te
rodea.
Imagen editada,
originalmente tomada de la liga:
Escucho:
Shoot the runner
/ Club foot // Kasabian
Lullaby /
The Cure
arquitecto = madurez, excelente nota !
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