Todo el día la idea se mantuvo en la mente, y dudé en
escribir en torno al tema, o no.
Finalmente, escribir es para mí uno de los ejercicios
necesarios en mi vida, así que esbozo el texto a continuación.
Después de una noche previa al doce de diciembre, donde encontré que alguna de las familias vecinas colocó sus bolsas de basura en la esquina de la calle -peculiarmente, en la esquina donde se encuentra mi apartamento-, y que el camión que recoge desechos no pasara esa noche, dormí y desperté con miles de explosiones de juegos pirotécnicos, sólo para darme cuenta de la realidad en que vivimos.
Nuestra Cultura -como
pueblo, población, sociedad, cualquiera que sea la connotación que deseen darle- se encuentra en niveles inferiores.
El grueso de la población se lanza a las calles o a las
iglesias para mostrar su agradecimiento por cierta figura religiosa, mientras -irónicamente- su decisión causa caos, incertidumbre y en ciertas partes,
destrucción de sectores de las zonas urbanas.
La lectura de las cientos de quejas en las redes sociales,
sólo me hace mirar con cierto enfoque la situación.
Personas que `muestran´ su devoción y agradecimiento a cualquier
figura religiosa -o, en su defecto,
a la falta de ella-, mientras esas
mismas personas aprovechan la confusión para realizar esa `insignificante´
acción, de dejar su basura en la esquina. `Al fin que el camión la recogerá, si
no hoy, mañana´.
Y qué decir de las que contaminarán las calles, detendrán el
tráfico por horas, discutirán con los conductores que osen decirles algo, lanzarán
miles de cohetes por el solo placer de verlos estallar, tocarán insistentemente
la puerta de tu hogar para preguntarte por tu paz interior, profesarán la
palabra de un ser supremo mientras dañan al mismo tiempo la integridad de
alguien -física o psicológicamente-, mandarán feligreses suicidas a
iniciar guerras con las naciones…
Para todo lo anterior no se requiere devoción.
Y si es así, qué sencillo.
Lo anterior me ha hecho reflexionar en sobremanera.
Sí, las presentes palabras son duras y lastimarán las
susceptibilidades de muchos.
Soy una persona que cree en un ser supremo, e intento
mostrar mi respeto en cada acción que realizo, los trescientos sesenta y cinco
días al año, no sólo un día, o una sola acción, o a una figura específica.
Qué fácil hubiera sido mover esas bolsas de basura dejadas
por la familia en la esquina de mi despacho, veinte metros más allá, en la
esquina del siguiente vecino, que es el tradicional basurero, porque el dueño
no está jamás para quejarse.
El problema no es la religión.
El problema es cómo dejamos que sea la religión la que maneje
nuestras vidas, sea la responsable de nuestro destino -para bien y para mal-,
y el daño terrible que hace a las familias.
¿A qué me refiero?
Las acciones que se realizan no son hechas con consciencia,
o siquiera sinceridad en el corazón.
Mañana, trece de diciembre, volveré a la vida normal, y la
figura religiosa queda renegada al siguiente año.
No es el único caso.
La religión en general nos ha enseñado a transferir responsabilidades.
Nuestras decisiones, nuestros actos, los `milagros´ que
acontecen en nuestra vida. Producto de un ser superior.
En escala humana, la suciedad y la inseguridad de las
ciudades, son producto de la falta de criterio e interés de los arquitectos,
los urbanistas, las autoridades, los gobernantes.
…
¿Entienden la idea?
¿Y cuándo aceptarás que esa bolsa de basura que tu familia
ha -ingenuamente, `No deseábamos
lastimar a nadie´- dejado en la
esquina, no es producto más que de tu irresponsabilidad, falta de criterio, y
presencia de una insípida cultura?
La religión dicta lo que debe hacerse, en pos de un ser superior
a nosotros. ¿Y cuándo se dictan las consecuencias por los actos ruines que
hacemos a nuestros semejantes?
No me refiero a un castigo por parte de dios, no. Me refiero
a que cada persona juzgue su propio actuar con la misma severidad con que
juzgamos a quienes nos rodean.
Al hacerlo, seguramente esas bolsas de basura no aparecerán
más en las esquinas y yo no tendré ni ganas de escribir el texto que hoy lees.
La religión es una serie de reglas, pautas, doctrinas a
seguir para alcanzar la vida eterna.
Y me pregunto, ¿y la vida que tenemos hoy por delante, en
esta Tierra?
Es sarcástico escuchar a las personas, confirmar, seguras,
que tienen la vida eterna ganada, cuando no son capaces de encontrar una sola
acción para mejorar el bienestar de la vida presente.
Hay mucho por hacer: violencia intra familiar, alcoholismo,
drogadicción, abandono, falta de altruismo, mediocridad, inseguridad en las
calles… y la lista sigue.
La religión -sea cuál
ésta sea- es una cadena que nos
impide -en muchos sentidos- manejarnos con libre albedrío consciente.
La verdadera libertad está
en la capacidad de juzgar y reivindicar tus propios actos, antes de juzgar y
reivindicar los de los demás.
Dios no tiene que ver en este proceso.
Finalmente, el que ha tirado la bolsa de basura eres tú, no
él.
Lo que la religión nos ha legado al paso de los siglos es
una lección muy sencilla: la de
transferir nuestra responsabilidad a agentes externos a nosotros.
El libre albedrío
es un concepto malentendido por absolutamente todas las religiones.
La religión no debe interferir y mucho menos dictar las
directrices al libre albedrío.
Es el libre albedrío
el que debe dictar el rumbo de las religiones.
¿Herejía?
Claro que no. Me refiero a la Consciencia.
La Consciencia es
el verdadero libre albedrío. Y eso es algo que las religiones no desean
afrontar.
Si piensas que soy una persona insensible, frívola,
irrespetuosa, o condenada al infierno por mi falta de respeto a la religión, la
próxima vez que estés a punto de dejar una bolsa de basura en cualquier esquina
[o cualquier otra insignificante acción, ingenua, que pienses que no daña a
nadie], piénsatelo dos veces.
Imagen tomada de la
liga:
Escucho:
Spinning
the Wheel // Freeek! / George Michael
No hay comentarios:
Publicar un comentario