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lunes, 11 de abril de 2016

Conflictos y retratos


Nota inspirada en cuento de Oscar Wilde.

Con pesar, hoy, en medio de una conversación en torno al Amor verdadero, descubro que dentro de mi pecho se aloja una duda, una semilla dura y oscura como el jade, que me confirma lo que sospechaba desde una vida anterior: mi corazón se encuentra roto, solo, podrido… marchito.
La incertidumbre invade entonces mi espíritu, y me asesina con cada latido largo y seco en medio de este atardecer. No puedo respirar. Arde el pecho al siquiera hacerlo.
¿Soy capaz de experimentar, de sentir Amor? ¿Lo merezco?
Soy un alma carcomida por el odio interno. Odio a mí mismo por aquello en lo que he mutado, como abominación científica, producto de una reacción química dentro de un tubo de ensaye llevado a la luz de la mañana, tratando de reconocer el color de las sustancias extrañas que se integran y se mezclan, definiendo la materia que se gesta dentro. Insano. Impuro.
Y la sangre se lamenta, y el cuerpo gime, y la piel palidece frente a la catástrofe.
La duda, la sola posibilidad de ser una abominación, incapaz de tocar con las yemas del ventrículo del corazón, la textura suave, pálida y hermosa del único sentimiento universal que nos define, que dirige, que construye o destruye lo que somos: el Amor.

Y en medio de la penumbra, al fondo del Espacio vacío de mi pecho, negro, inerte y frío, ahí estás, de nuevo.
Esa textura blanca, marmoleada, que me cautivó con el brillo de tu primer sonrisa, que conmigo compartiste.
El eco etéreo del timbre femenino de tu voz, cuando mis oídos percibieron la frecuencia de tu risa.
Y al final, al voltear lentamente mi rostro hacia la esquina donde yacías aquella mañana, y ver la profundidad infinita de tus ojos. ¡Oh, Dios! Ese par de estrellas que iluminaron todo el Espacio circundante, de maneras que no puedo relatar, o describir siquiera... aún con la imagen completa del Cosmos en mi mente, que inspiraste, que creaste aquel instante.
¿Cómo olvidar esos pétalos enroscados que volaban al aire, delicados, cuando la brisa matutina seducía los cabellos chinos, sobre tu cabeza? Aún puedo oler ese perfume extraído de tu piel y tus prendas, cuando sin querer nos acercábamos para decirnos cualquier tontería.
El recuerdo del estremecimiento de mi ser entero, de mi cuerpo torpe y flaco cuando las yemas de mis dedos tocaron al fin la aterciopelada textura de tus manos.
Porque alguna vez fui humano.
Y tus ojos.
¡Esos ojos! Ojos café oscuro, profundos como el mar claro teñido del vino que embriaga a quien jamás ha probado lo exquisito que se añeja dentro de tus sueños.
Y las siluetas de tu cuerpo. Esa delicadeza hecha mujer, que el Sol amaba desintegrar e integrar en curiosas sombras por todo el asfalto y suelo que tus pies tocaban.
Porque parecías volar, cuál ángel, con esa sonrisa tierna y esa voz delicada, recorriendo todos los rincones de nuestras urbes, esos cientos de espacios que sólo tú y yo visitamos, platicando, riéndonos, amando estar unidos, como hombre y mujer, juntos, sin tener más que nuestra ignorancia, nuestra inocencia de sentirnos acompañados, y agradecidos.
Me llené de ti, de tu perfume, de tus risas, de los latidos de tu corazón reverberando en los pasillos, en las cámaras secretas de mi corazón, en todos los recovecos de mi alma que ni yo mismo conocía, esos laberintos que habitaste con tu ser, con tu sola presencia en mi vida.
Suspiré tu imagen y tu espíritu, mi piel se sació de tu Belleza.
Me embelesé y me perdí en tu ser, en tu interior, sin haberte penetrado en Sexo y carne. Disfrutamos nuestras almas el tiempo que decidimos hacerlo. Jamás nos adentramos en el juego de los cuerpos, jamás nos conocimos en la oscuridad de las caricias y la sangre hirviendo al límite de una medianoche agonizante, con el miembro excitado por tu aliento y la calidez de tu piel pálida y hermosa. No fue necesario, no lo considero parte de la trama.
Y ahora, me atormenta preguntarme si me odiarías por quien soy. Si te aborrecerá el brillo carente de mi mirada, ojos vacíos, comparados con las perlas detrás de tu retina, al haberme yo transformado en lo que me he transformado. Porque tú fuiste la única persona en el Universo que me conoció en la lealtad de mi Pureza. Fuiste esa balsa que lleva al Cielo en plena existencia y presencia en la Vida. Fuiste esa Luz resplandeciente que ilumina de manera poderosa las galaxias.
Si tan solo hoy pudiera compartirte uno solo de mis estúpidos abrazos.
Hoy, en medio de la Nada, la Duda y el rencor, atiborrado del dolor de la inexistencia humana, en el charco de la soledad y la desgracia de espíritu, producto de la luna llena que inspira lo peor de mi persona, cual hombre que denigra en lobo, observando con horror y cierto placer las manos que mutan en pezuñas retorcidas, rasgando y haciendo sangrar todo cuanto toco, cuestiono si merecí ser el receptáculo de tu Amor, ese sentimiento humano, puro de vivir, de aceptar, de trasmutarlo todo, y encontrar la Fortaleza, esa fuerza que mueve las montañas, que dirige y mantiene firme los planetas.
Porque siendo yo humano, me amaste como si fuera hombre, y me brindaste sin dudas tu cariño, tu tiempo y el fragmento de tu vida que representó que estuviéramos unidos en un pedazo de Materia y Tiempo.
La Vida me llevó por parajes de desgracia de Espíritu. Por azares del destino, sobreviví, apenas vivo, odiándome a mí mismo por aquello que quedó de mí cuando la tormenta concluyó conmigo. Yo no pedí ser náufrago de mares desolados y violentos. Atrás quedaron los parajes bellos y despreocupados, donde crecen los árboles y se forman los amaneceres. Crecí sobreviviendo, asiéndome de donde pude, para mantenerme a flote. Jamás hablé, suspiré, o volví a recordar lo que es Amor, lo que significa amar.
No valía la pena, no recordaba cómo hacerlo, o quizá ya no importaba.
Me serví platillos de sexo frío, y me atasqué de ellos, de todas las variedades de sus frutos, frialdad e indiferencia, de ese maldito ego que, sabiéndose no atractivo, se auto complace en la soledad de las caricias externas, de los besos vacíos, de las reacciones farmacodependientes al buscar en el cuerpo ajeno, todos los recuerdos del Espíritu que yacía perdido.
Jamás amé. Jamás me detuve a reflexionar al respecto. Nunca más volví a experimentar sentimiento profundo alguno. Sólo noche tras noche, cuerpo tras cuerpo, píldora adictiva que restructuró las cuerdas de mi cuerpo, hasta convertirlo en piltrafa ahogada de sentimientos de obsesión, y desenfreno, entre ríos de sexo, a contracorriente, aprendiendo a nadar cual atleta entre las aguas de la indiferencia.
¿Me odiarías si vieras la pintura en la que me he convertido?
¿Me reconocerías?
Odio no ser atractivo, como aquellos que nada les cuesta lo que tienen, las caricias, los abrazos y los besos, la tranquilidad y el sarcasmo de sus risas, como parte de su naturaleza, y lo bien que lo aprovechan.
Odio no ser capaz de recordar cómo diablos se ama, se alcanza ese sentimiento inesperado y sublime de saberme afortunado, íntegro y sereno.
¿Volverías a amarme? Si no puedo ni mirarme al espejo e identificar un poco de bondad. Si me odio, odio lo que miro en el reflejo de cualquier espejo. Y eso me carcome, me asesina, ataca desde dentro el Equilibrio de una simple apariencia serena y bien construida.
Los ángeles me guían. ¿Cómo pueden vislumbrar mi propia silueta, en medio de una oscuridad tan densa?
Y veo el retrato hecho por la Vida. Mientras tanto, escribo estas líneas, desde el interior de un alma podrida.
Sólo una vez he amado.
Lo recuerdo, porque en tu persona, me enseñaste a aceptar lo que miraste delante de ti: mi ser entero. Fueron los momentos más felices que tengo en mi memoria, porque en ellos me amé a mí mismo sin rencor o condición, reflejando ese amor en tu presencia, tu sonrisa, ese sentimiento sólido como el acero, que lo soporta todo con su delicadeza sobrehumana. Así me enseñaste a mirarme, a aceptarme a mí mismo, a compartir la creencia de que el Amor existe, de que poseo una finalidad, una misión, un destino. Fuiste sólo la plataforma que me preparó para el reto que me llevaría a confrontar mi verdadero ser, en naturaleza y espíritu, no importando lo que esto fuera.
Fuiste quien me brindó una oportunidad de amar a otros, a través de amarme a mí, y reconciliarme conmigo mismo...

Imagen de filme: `Dorian Gray´, extraído de la liga:

Escucho:
Draw the line / Álbum by David Gray


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