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viernes, 20 de noviembre de 2020

Richard


Los recientes días que han ido construyendo el antepenúltimo mes del año, han transcurrido de manera extraña, casi
surrealista.
Si bien el año ha sido una pesadilla larga y sin fin, que ha traído consigo circunstancias que no imaginé mirar reales en mi humana existencia, han legado la experiencia de la Finitud, a través de la confrontación con el concepto de Muerte.
 
Hace diez años arribé a lo que ahora considero mi reciente y último hogar, una suerte de espacio arquitectónico-humano personal, que me ha dejado un puñado de gratas satisfacciones, y la justa plataforma para reencontrarme conmigo mismo, de maneras que no podría relatar con vanas palabras.
Una de las variables inmediatas que hallé hace una década, al llegar a este sitio fue Richard, un hombre de edad avanzada, de origen estadounidense, con dos perros: Cristal y Canelo, como únicas y más valiosas posesiones de compañía.
De inmediato asomó por su puerta, que da directo, desde una segunda planta, a la vista de la calle. Presto a no ocultar su curiosidad, Richard de inmediato me miró, y volvió a mirar, atento a descubrir quién era yo, y mi contexto interior inmediato.

Me bastaron escasos cuatro días para conocer a Canelo y Cristal, quienes entraron desfachatados a mi jardín al abrir la cochera para sacar el automóvil y marcharme a trabajar, dejando sendos hoyos en el pasto, que después me resigné en dejar con vida, al mirar la acción repetitiva de los perros. Me di cuenta que Richard no hablaba ni una pizca de Español.
 
Sé que sonará frío y desalmado decir que Richard y yo cruzamos escasas cinco ocasiones palabra, en Inglés, siempre acompañadas de una sonrisa y mi torpe dicción y nerviosismo al hablar con un nativo de la lengua, cosa que pocas veces tienes la oportunidad de vivir dentro de las aulas escolares o de instituciones de enseñanza de lenguas.
 
Las circunstancias cambiaron drásticamente cuando Remiel, un perro de la calle, llegó a mi vida.

Jamás olvidaré la primera noche que Remiel pasó en mi jardín, cuando decidí brindarle un hogar. A las cuatro de la mañana debí despertar y salir, para encontrar a mi recién adoptado perro callejero, atravesado en las rejas de mi propiedad, atorado y adolorido, con la figura de un hombre sosteniendo su medio cuerpo que colgaba al no poder salir, tocando delicadamente su cabeza y orejas, en profunda señal de apoyo y cariño, expresándole al animal, suave y compasivamente: good puppie.
Era Richard.

Desde ese momento, algo surgió entre nosotros, un lazo que nos mantendría unidos por siempre. Aparte del amor que Remiel le tuvo, independiente de los lotes de pollo y barbacoa que Richard le daba de vez en cuando a mi perro, previa solicitud a mí para brindarle el permiso de hacerlo.
 
La casa de Richard se encuentra exactamente delante de la mía, por lo que podíamos vernos en todo momento. A él, a sus perros, y ellos, a mí.
Siempre me sentí seguro, acompañado, y bendecido por la Luz de Richard. Siempre pendiente de mí, siempre amoroso con Remiel.
 
Hoy, la casa está vacía.
 
Su partida fue rápida, sorpresiva.
Ni siquiera pude hablar con él, o despedirme.
La Muerte ha rondado por mi vida en los recientes días y semanas, llevándose a personas conocidas por aquí y por allá. Un poco de Pandemia, un poco de descuidos, un tanto de designio divino –diría  mi abuela–.
Ahora que Richard no está, vivo la Muerte de otra manera.
 
Extraño su mirada profunda, su silueta alta y fornida.
Su extraña sonrisa, y su acento extranjero al mencionar el nombre de `Canelo´.
Lo que más extraño, y quizá extrañaré por siempre jamás, será su Silencio. Ese lenguaje con el que él solía comunicarse, y que me enseñó a hablar, como una lengua de sutil Elegancia y Ritmo, que expresa más que las palabras, y que toca corazones.
 
Diez años de compañía, sin ninguna conversación larga y profunda.
No las necesitamos jamás.
Los perros fueron quienes nos conectaron, y mantuvieron en interacción.
 
Y lo extraño.
No puedo aún resignarme al vacío de su inexistencia.
Alguna vez me visualicé idéntico a su figura, siendo él el Destino que yo dibujaba para mí, al avanzar en vida.
Yo, y mi perro… o perros, que murieran y llegaran al paso lento de los años.
 
¿Por qué escribo estas palabras?
He sentido el alma de Richard en las recientes noches.
Y le digo, en sueños, que todo irá bien, que Canelo se encuentra vivo, contento. Cristal murió meses antes de su partida, así que debe estar aguardando por él; Remiel mira todas las mañanas hacia la puerta de su casa, esperando aún los lotes de exquisita barbacoa, pero extrañamente consciente en su mirada, que te encuentras en un lugar donde ya no sufres.
Y yo…
Bueno, he encontrado a alguien que me ama, así que estarías contento al mirarme acompañado por alguien que ama los perros tanto como nosotros.
 
Sin hablar, nos conocimos tanto. En la quietud del Silencio, conectamos.
Me has hecho saber que somos frágiles y temporales. Que diez años pasan volando, como un suspiro entre pestañas.
Que vale la pena vivir, acompañado de quien ames más, sea perro o humano.
 
Y que basta saber que la mera Vida es suficiente para ser plenos y felices, sin exigirle Todo, pero conscientes de deberle Nada.
Descansa, Richard, donde quiera que tu lento y paciente transitar, te lleve…


Imagen tomada de la liga:

Escucho:
Song machine. Season one. The album | Gorillaz

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