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lunes, 4 de junio de 2018

Diez para las cinco...

El Tiempo es un organismo vivo, que jamás cesa de respirar.
En cada suspiro se lleva parte de la Vida que corre por mis venas. En cada instante continúa su avance, lento, paulatino, casi agonizante. No hablo del ritmo de sus pasos, sino del hecho de no ser capaz de detener sus latidos, sus lapsos, esas diminutas fracciones que tamborilean, recordándome que, haga lo que haga, el Tiempo siempre se reirá en mi rostro, ante mi frustración por no poder detenerlo, dominarlo, ser su juez, su dueño…

Y luego están esos artefactos endemoniados. Como si no fuera poco mirar a la bóveda celeste y saber la hora exacta del día, por el juego de las luces y las sombras. Por el movimiento imperceptible, pero seguro, del astro más brillante, arriba, en el cielo.
Y esa hora exacta, la marcada por la ironía del Destino, es la que miro en todas partes. En todos los artefactos, a todas horas, y en absolutamente todos los lugares.

Es la hora que me recuerda que no estás. Que jamás volverás a estar.
Que te he perdido para siempre, o sólo es que decidí que jamás volvería a mirarte.
Como sea, el Tiempo se ríe de mí a carcajadas, con sus manecillas, esa obsesiva manera de marcar un instante pasado, que es presente, a la vez que futuro.

De noche, cuando todo está a oscuras incluso, me da miedo preguntar: ¿qué hora es?
En el fondo que estúpido soy  sé la respuesta. Mi espíritu lo intuye. Mi ser entero lo agoniza…

Siempre es la misma hora. El mismo eterno sufrimiento.
Es diez para las cinco


Escucho:
Where are you now? | Brandy
Nobody lives without love | Eddi Reader

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