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domingo, 11 de diciembre de 2016

Anhelos de niño

Llevo nueve días desayunando emparedados de papas, las que se venden en las bolsas metalizadas. Era un sueño que tenía de niño, que, cuando fuera adulto, podría desayunar lo que yo quisiera. Y siempre quise desayunar emparedados de papas, con mayonesa.
Porque ser adulto es complicado, y las circunstancias allá afuera sólo me han traído frustración y tristeza, así que, antes de dejar de desayunar poco me faltaba para dejar de hacerlo decidí hacer algo que siempre deseé hacer cuando fuera adulto.
Así que, sentado, masticando los crujientes bocados en mi boca, he disfrutado aplastando con ambas manos las tapas del emparedado, sólo para sentir cómo crujen las piezas debajo de mis manos, y sonreír al experimentar esa divertida sensación.
No me importa si es saludable o no, acompaño el desayuno con un vaso de jugo de naranja y un vaso de leche endulzada con miel, y me tomo al final la vitamina que me recetó el médico para la enfermedad de la sangre que nunca he terminado de entender. A veces, me preparo un segundo emparedado de crema de avellanas, para abrir el día.

Porque olvidamos todo lo que de niños soñamos. A veces es grato llevar estos sueños a la realidad, y darnos cuenta que no son ideas descabelladas, y que son perfectamente coherentes con las ideas y vidas de los adultos en quienes nos convertimos.

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