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martes, 12 de abril de 2011

Cielo. Gracias por tu luz

Ayer soñé que fallecía.

No era una pesadilla. Por el contrario. Fue el sueño más hermoso que haya tenido en la Vida.


Cuando desperté, mi alma no se encontraba más en mi cuerpo. Por primera vez en mi memoria pude recordar lo que significaba ser libre.


Libre de verdad.


Volar a la par que el viento, desprovisto de las ataduras del pensamiento, de las anclas del corazón.


Cuando abrí los ojos, lo primero que vislumbré fue el hermoso color del cielo. Un cielo como jamás lo imaginé, como nunca antes lo había descubierto.


Una tonalidad purpúrea se deslizaba graciosamente por la bóveda celeste, enmarcando pequeñas nubes que tímidamente se dibujaron por doquier. Un azul brillante, puro, inmaculado, se dejaba entrever hacia lo alto, a la par que las montañas, de roca sólida, enmarcaban aquella panorámica divina.


Nada importa cuando has muerto. Te sientes aliviado de dolor, de sufrimiento, de esa carga que llevas a cuestas, en tus hombros, intentando ser feliz sin jamás conseguirlo realmente.


Caminé descalzo, bañado por la luz tibia de un amanecer, un atardecer, o un día cualquiera. Quizá en el cielo, cuando has muerto, todos los días poseen ese sutil brillo divino que los caracteriza.


Miré a lo lejos, sin vislumbrar nada más que la grandeza de la Eternidad, que todo lo envuelve con ese manto de Protección y Amor interminables.


Contrario a lo que te hayan dicho, cuando miras hacia atrás, no ves más aquella vida de la que acabas de desprenderte. Ha quedado muy atrás, en un plano de Existencia con el que no tienes contacto ni cabida.


Tus manos, tus pies, tu piel y tu ser enteros vuelan sin restricciones, dirigiéndote hacia donde realmente lo desea tu corazón.


Comencé a alzar el vuelo, al compás de la suave brisa que nunca antes experimenté. Vi tierra, suelo, correr entonces debajo de mis ojos, mientras todo era quietud, Soledad y serenidad sin límites.


Esa visión es lo más hermoso que haya observado jamás.


No es un sueño.


En realidad fallecí…


Y vi lo que hay más allá de una mera presencia física.


Es verdad que viajas, que creas, que recreas y traes a la existencia la tierra que más amas, ese paraíso que algún día visitaste y del que eres parte en un sentido, en otro, o en muchos más, que no conoces o recuerdas.



Una noche, hace tanto, que es casi una memoria vieja y corroída por el tiempo y mi amargura, lo recuerdo como si hubiera sido ayer, viajé en sueños hacia esa tierra, fuerte, sólida, alta e interminable… Y me sentí parte de ella. Sin haberla visitado antes, reconocí ese sitio, como si fuera ese lugar donde te reuniste con un amigo, uno amado, que aún no has conocido, y compartieron la Vida que aún no tienen, pero que siempre llevarán consigo.


¿Palabras sin sentido?


Porque en esa tierra conocí en verdad a Dios, esa presencia sublime, divina, que dicen los demás que en verdad existe, pero que jamás conoces, por ser producto de todos nuestros anhelos y sueños imposibles.


Así fue cuando fallecí. Estuve de nuevo ahí, en ese sitio magnífico e ideal, viviendo por fin una existencia plena.


¿Quién me llevó a ese sitio?


Quizá siempre estuve ahí, y sólo me dormí unos cuantos minutos, que son los años que recuerdo haber vivido en esta Tierra, a la que hoy no deseo volver más.


Cuando fallecí, pude ver, de maneras claras e inexplicables, las verdades a las que jamás me enfrenté, que nunca conocí o comprendí siquiera.


Cuando mueres, todo pierde sentido, para ganar comprensión absoluta.


Es como desprenderte de todo aquello que conoces, para dar cabida a todo lo que desconoces, pero que llevas contigo en una parte profunda, casi oculta e impenetrable de tu ser. Un fragmento de ti que jamás eres, y que en esta Vida rara vez descubrirás.


Así que cuando mueres, todo eso queda atrás.


Te descubres a ti mismo, solo, inerte.


Mirando la Belleza de tu creación. Observando todo aquello que eres, que fuiste, y que serás por siempre jamás.


Ahí no necesito reír, no importa si tienes o no deseos de llorar.


En ese lugar sublime sólo importa lo que eres, en lo crees, porque todo lo que anhelas se torna de inmediato en realidad, que no es la `realidad´ que conocemos, sino lo más cercano a la presencia de Dios cuando lo traes a tu mente y corazón en los momentos más inspirados.



Cuando mueres, eres feliz del todo, te encuentras triste en demasía. Eres tantas y todas las cosas a la vez, que no tienes tiempo ni necesidad de reflexionar, de racionalizar, de sentir en torno a eso.



Ayer fallecí.


Miré la Tierra que amo, a pesar de no haber nacido ahí.


Me gusta pensar que fue el sitio que elegí para conocerte.


Para encontrar a aquella alma, presencia divina que me trajo a esta Tierra, que me instruyó en todas las artes de la Vida, que -por cierto- olvidé al entrar a la atmósfera terrestre, y que tardé tanto en recordar…


Y que no fui capaz de hacerlo del todo.


Cuando falleces, todo lo que anhelas está ahí, contigo, a tu lado, a tu alrededor.


Las montañas pueden ser tocadas, moldeadas, transformadas.


El cielo se tiñe de las tonalidades más hermosas, esas que traes consigo, dentro, desde que naciste.


Y todos los seres que amas, están ahí.


No de manera física, sino en las nubes, en las flores, en el susurro del viento que trae consigo la Música más hermosa jamás concebida.


Al final estás solo.


Pero siendo uno con todo lo que amas.



Cuando falleces, la Muerte no es lo que siempre imaginaste.


Es simplemente de un color que es indescriptible, incomprensible e intangible.



Cuando desperté de mi Muerte, todo era realidad, de nueva cuenta.


Me percaté que en verdad había muerto, porque aquellos seres, tanto oscuros, como brillantes, estaban ahí, a mi lado, mirando, inertes, la escena.


Supe que fallecí en realidad porque recordé las palabras que Él me susurró al oído, en el canto de aquella panorámica imposible que mi cuerpo, mi mente y mi espíritu experimentaron.


Y supe que no fue simple coincidencia.


Cuando mueres, jamás regresas


No recuerdas nunca más las sensaciones, las tonalidades y los aromas de ese mundo al que vas cuando has muerto.


Así que tuve miedo al despertar.


Pero comencé a recordar el toque de las rocas, la tibia caricia de la brisa, y esa luz violeta que cruzó rauda, mis pupilas.


¿Algún día estaré ahí, de nueva cuenta?



Cuando falleces, nada importa.


Lo menos que quieres es regresar, y escribir en líneas lo sublime que has vivido, y lo frustrante que es intentar hacerlo antes de que esta Tierra y sus circunstancias se lleven al maldito Olvido, todas tus memorias…



Escucho: A falling through / Ray LaMontagne ][ Before Today (Chicane Remix) / Everything but the Girl ][ The power of goodbye / Madonna ][ The National Anthem (Amnesiac Version) / Radiohead


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