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jueves, 27 de octubre de 2011

Octubre ha venido...


`No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo´.

Epícteto

El inicio de Octubre siempre trae para mí una sensación indescriptible.
El frío en el ambiente, el olor a final de un periodo. Trescientos sesenta y cinco días que agonizan y que lentamente llegan a su destino.
Los últimos tres meses del año representan para mí el cumplimiento de las metas, el cierre del ciclo, y la entrañable consciencia de desear pasar el mayor tiempo posible con las personas que se aman.
Muchas de estas personas no se encuentran más conmigo. Los recuerdos de los momentos felices y gratos es lo único que permanece de aquello que alguna vez fue percibido como una inminente realidad.
Culturalmente, llevamos esa melancolía tatuada en la memoria. El hecho de extrañar, de desear, e intentar revivir y experimentar de nueva cuenta el contacto con quienes han otorgado más de una razón a nuestros corazones.
Estos días son para mí, eternos ocasos, agonías de atardecer color ocre, que invaden y dominan las veinticuatro horas de todos los días.
La tristeza, la sensación de ese vacío que simbolizan el final de los meses, de un periodo que hace tiempo comenzó, y sobre el que se trazaron planes, objetivos, anhelos que hoy se miran cumplidos… u olvidados.
Como seres humanos, en estos días se despierta en nuestro interior la magia de lo sobrenatural, casi metafísico, el creer que lo mejor de nosotros aún existe, aunque lo vivamos en una trasferencia hacia aquellos que se han ido.
Estos días nos permiten sentir un hilo de empatía. Una necesidad de ver en los demás, un poco de lo bueno que creemos hemos perdido en nuestros propios espíritus.
En lo personal amo los colores naranja, ocre y amarillo. Su viveza, su colorido, me recuerda las millones de hojas que cubren esos bosques que marchitan, que pronto morirán, para después renacer y brindar vida y alegría de nueva cuenta.
Los olores, las tonalidades, las sensaciones de frío y soledad son parte de nosotros en estos días.
Vivir los momentos con los seres queridos, muertos, y rezar y disfrutar de la compañía de la familia [los seres vivos], con quienes valoramos todo lo bueno y malo en lo que nos hemos convertido durante el año, que aún acontece y que está a punto de morir.

Desde hace semanas soy ajeno a las sensaciones de rencor, de eterno reproche, que he vivido en carne propia de parte de personas con las que antes conviví de cerca, al grado de experimentar cariño y apego que hoy ha desaparecido.
Si estás leyendo estas líneas, quiero que sepas que estoy harto del odio, de la eterna culpa que me acuñas por lo que ha pasado en tu vida en los últimos tres años. Si ha sido suficiente, te habrás dado cuenta de que estoy fuera de tu existencia, no por otra cosa, sino para calmar tu molestia, ese sentimiento de rencor que ha ido creciendo por razones que hoy me parecen ajenas y distantes.
Si no las lees -las mismas líneas-, de todas maneras expreso en ellas mi indiferencia por esa necesidad que experimentas de discutir, de encontrar en mi persona todo lo malvado y ruin que pueda existir en la Humanidad entera. ¿Es cierto que estoy concentrado en desearte mal y daño? La respuesta está en tu interior, en este distanciamiento mío que interpretas como irresponsabilidad por mi trabajo e indiferencia por tu autoridad, todo dentro de la institución donde ahora laboramos.
He aprendido que la vida laboral y profesional no lo es todo. Y es triste que lo personal haya sido pisoteado utilizando estos únicos campos como pretexto.
Estos días -sin embargo- son para mí, oportunidades de reflexionar, de reencontrar razones que valgan la pena, que no tienen nada que ver con la discusión y la búsqueda de tener siempre la razón. ¿Qué importa quién la tenga? La Muerte toca la puerta de todos.
Agradecido estoy de estar vivo, de poder tomar los días, su brisa, su soledad y su melancolía, y poder dedicar con ellos, mis mejores pensamientos para quienes se han marchado. Las memorias, las lecciones aprendidas, los abrazos y los besos. Hay motivos para estar triste, pero los hay también para estar contentos. Hay personas que deciden dar fin a las relaciones, y otras relaciones que simplemente terminan, sin tener los participantes la opción de decidir si deseaban o no llegar a un final.
Estos meses, estos días, la pérdida de personas que jamás veré de nuevo ha trastocado el alma entera. Estos días anaranjados, fríos y solos, me permiten recordarlos, reflexionando cómo, deseando estar con ustedes, del otro lado de la línea que llamamos Vida, no se me ha permitido, por lo que debo permanecer aquí, de pié, escribiendo -que es lo único bueno que queda en mí- en torno a las memorias que me han dejado, a las experiencias, a todo aquello que la cercanía con la Muerte trajo consigo al haberla experimentado tan de cerca.

Así que si me ves, si me encuentras, parado, en silencio, observando entre las figuras repletas de flores de cempaxóchitl, ido, mirando al vacío, no me juzgues, no me mires, no me consideres como un enemigo más, que lo único que siento es melancolía, al no comprender cómo es que aún no somos capaces de superar el odio, la incomprensión, la intolerancia, la inmadurez, que hace de nuestras vidas en este espacio, pesadillas interminables que sólo son eso: pesadillas, y no la muerte que acaba por enseñarnos cuál efímeros somos en esta Tierra…

Escucho: Dark & long [Dark Train Mix] / Underworld

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